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Columna
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Por higiene política

El próximo miércoles el presidente Francisco Camps y su comparsa de imputados en el asunto de los trajes regalados o lo que acaben siendo no comparecerán ante el magistrado para cumplimentar uno de los trámites procesales establecidos. En el caso del jefe del Consell se nos antoja una medida atinada, pues es asombrosa la mella física que le está infligiendo este episodio con su corolario mediático, por lo general mortificante para quien, como nuestro molt honorable, jamás rompió un plato y mucho menos pudo ni siquiera ensoñar la pesadilla de verse involucrado en un enredo penal con graves consecuencias políticas y personales ya inevitables. Resulta pues prudente que acopie fuerzas porque este vía crucis judicial podría prolongarse hasta el otoño, teniendo incluso que sentarse en el banquillo, con la tortura que conlleva ese trance, tal como le habrá aleccionado Rafael Blasco, uno de sus más eminentes asesores.

Esta observación con visos de plegaria es más interesada que compasiva, pues a nuestro entender, y por imperativo tanto legal como cívico, los aludidos imputados deben afrontar el rigor de un tribunal -y también el de un jurado, para el caso- con independencia de que el fallo les absuelva o condene. Se trata de contribuir a la restauración de la higiene política, tan polucionada por los años de corrupción y corruptelas al amparo de la complicidad social y una laxitud o impotencia judicial. Han sido lustros de permisividad y de puro cachondeo en los que la dádiva y hasta el cohecho se han considerado a menudo atributos impunes del cargo. El vicepresidente Vicente Rambla, con sinceridad y candor, declaraba estos días que si se estuviese enjuiciando un supuesto regalo recibido en forma de trajes los juzgados estarían llenos de cargos públicos. ¿Se refería a la Administración o a Sierra Morena?

Pero ciertamente, tal es el criterio que predomina y que ya a casi nadie escandaliza. Desde instancias partidarias conservadoras se pretende trivializar la noción del regalo difuminando su frontera con el soborno. La alcaldesa Rita Barberá, acentuando la imagen, homologa ramos de flores u obsequios de cortesía similares con el ropero -por no hablar de joyas y otros costosos caprichos- con los que la trama Gürtel ha gratificado a sus cofrades. No ha de chocarnos que buena parte de estos políticos beneficiarios llegue a creer que la esplendidez con que se les halaga se debe a su simpatía u otros méritos y no a los favores que prodigan. La arrogancia es muy atrevida. Nada más faltaba que un puñado de parlamentarios británicos se escanciasen arbitrariamente dietas y subvenciones para cohonestar con tan egregio como reprimido referente los trapicheos que abundan por estos pagos.

De ahí que se nos antoje justo y eficaz en tanto que ejemplarizante que el presidente Camps y su cuerda de imputados aguanten el tipo para que acomoden su trasero en el banquillo cuando se les cite para ello. Absueltos o condenados, ya han agotado su trayecto político, por memos más que por chorizos, aunque también por esto. Su último servicio bien podría consistir en ser un aviso para navegantes, decimos de los personajes públicos que aprovechan el cargo para dar y recibir frívolamente prebendas creyendo que todo el monte es orégano, además de suyo. Una pasadita por el banquillo y mucho mejor por el trullo no achicará los delitos, pero acaso ponga algún coto a la desvergüenza.

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