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A TOPE
Columna
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Idolos públicos

Soy una firme defensora del servicio público. Y dicho así, parece que hablo de los servicios, o sea, de los retretes. Pero no, me refiero, por ejemplo, al transporte público, que es un servicio (ojo, no un retrete) público donde los haya. Me encanta no tener prisa o aun teniéndola que todo encaje y llegues estupendamente mientras lees un libro. Encima, tiene esa cosa pública de que te vas enterando de la vida de los demás. Por ejemplo, así me enteré del dolor que tenía el chico que iba en el asiento de detrás del autobus en el que viajaba, por la muerte de su "ídolo", cómo había encendido una vela en casa y hasta había derramado unas pocas lágrimas, cuyo porcentaje no supe cuantificar muy bien: igual era un 30% por Michael Jackson y un 70% por el día tonto que tenía, pero ni él mismo lo sabía. Aluciné cuando contaba que se tragó todo el funeral y la pena que le dio la hija cuando intentó hablar y no pudo. Y casi suelto la carcajada cuando le oí decir que se pensaba hacer un traje tipo al de Michael Jackson. Luego sufrí de envidia cuando habló de sus vacaciones. Una semana en plan piscina y por la noche "de todo". Hasta me tuve que contener para no meter la oreja donde no me llaman cuando contaba detalles íntimos bajando la voz. Pero, al cuarto de hora, cada vez que sonaba el "paco, paco, paco..." de su móvil, todos los que íbamos en esa zona del autobús sabíamos el disgusto que tenía por la muerte de Michael, lo de su hija llorando, el traje, y el planazo de sus vacaciones con sus noches locas. ¡Joder!

De repente, me entró la necesidad de explicarle que no se preocupe tanto por esa niña, que hay miles de niñas que también han perdido a su padre y están en peores condiciones, que lo del traje era una horterada, que cambie el politono, y que se callara de una vez. Pero me contuve. Aunque, al bajar del autobús, no pude resistir la tentación de hacer un repaso de su aspecto. Parecía normal.

Un amigo me comentó que esta furia pasional tan descolocada por un ídolo es bastante más habitual de lo que podía imaginar, y me dijo muy en serio que es porque estamos viviendo la hecatombe de nuestro imperio, o, por llamarlo de alguna manera menos dramática, la decadencia de nuestra cultura. Como la que le tocó vivir en su época a la cultura griega o romana. Lo dijo tan seguro que lo vas viendo. Vas imaginando la miseria humana, la pobreza intelectual en la que nos vamos sumergiendo, cómo la tan cacareada crisis de valores gana terreno... ¡Qué mal rollo! Y todo esto ¿por qué, por viajar en autobús? Nada. La próxima vez, o no voy en bus o le digo al de detrás que apague su móvil. Y que vivan los teléfonos públicos.

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