El director se mofa del miedo
Sam es como un niño en sus rodajes. El más dulce del mundo, pero con la mente más retorcida. De los que disfruta poniendo su muñeco en el microondas para ver cómo se derrite, Justin Long (actor en Arrástrame al infierno).
Ya lo dicen las películas de terror. El más mono de los querubines suele ser el mismísimo diablo. Así que la pinta de bueno de Sam Raimi no engaña. Pero ¿y esa cara de bobalicón? ¿Y esos buenos modales? ¿Y ese tartamudeo tímido de un realizador que este año cumple 50? ¿Dónde está esa arrogancia a lo Michael Bay, ese toque chulesco tan típico de los hermanos Ridley y Tony Scott, ese aura intelectual tan propia de Christopher Nolan? Raimi se podría comportar como cualquiera de ellos. Logros no le faltan. En 25 años de carrera pasó de rodar Posesión infernal (1981) con 350.000 dólares a multiplicar el presupuesto por mil en el rodaje de Spider-Man 3 (2007), la película más cara hasta la fecha su presupuesto se disparó de 250 a 350 millones de dólares y la tercera de una saga que lleva amasaditos 2.500 millones de dólares por todo el mundo.
Pero él sigue manteniendo esa pinta de mosquita muerta. Incluso cuando describe su último estreno, Arrástrame al infierno, como un delicioso baño de sangre calentita. ¿Cómo se puede decir algo así y quedarse tan ancho? Su respuesta, una risita a lo Lindo Pulgoso. Es que para mí fue volver a un terreno conocido, volver a casa. El rodaje que más he disfrutado desde hace años, afirma de esta cinta de género que, lejos de oler a superproducción, está hecha con lo mínimo, sin estrellas y con esa mezcla de humor y terror que tanto le gusta a Raimi cuando puede rodar a su aire, entre amigos.
Sam ya está en otra liga. En lo más alto del sistema de estudio. Por eso no nos vemos tanto, lo cual es una pena, Joel y Ethan Coen (directores, junto a quienes Raimi firmó el guión de El gran salto).
Quizá picado por las declaraciones de sus mejores amigos o porque, como dice, necesitaba estirar los músculos, Raimi utilizó la pausa entre spider-mans, el tiempo muerto hasta que el premio Pulitzer David Lindsay-Abaire concluya el guión de la cuarta entrega, para echarse a la calle con su cámara y rodar una de terror de las de toda la vida. En la línea de Poltergeist o Un hombre lobo americano en Londres. Lo mismo que hacía de niño con su hermano Ivan, su cámara súper 8 y el jardín de su casa en Michigan.
Esta vez fueron 60 días en las calles de Los Ángeles y una historia corta que escribió con Ivan hace décadas por todo guión. El presupuesto fue tan pequeño que el productor tuvo que recordarme muchas veces que lo tendría que hacer todo porque no había dinero para contratar a nadie. Pero eso reactivó nuestra imaginación. Y también me di cuenta de lo anquilosado que estaba, se regodea. Como recuerda, Raimi fue hijo del cine independiente americano, mamando películas de Roger Corman en los autocines donde los demás iban a ligar. Te hablo de finales de los setenta, cuando la única forma de debutar en el cine era haciendo una peli de terror. El Halloween de John Carpenter le dio ánimos; quizá no para hacer algo tan bueno, pero al menos para intentarlo. Y el resto se puede ver en la pantalla.
Sam me colocó bolsas con sangre por el cuerpo, me atacó con lo que pudo, me enterró en el barro, me bañó con gusanos. En lugar de una película, parecía Supervivientes, Alison Lohman (protagonista de Arrástrame al infierno).
Raimi creó escuela entre sus seguidores con Posesión infernal, Terroríficamente muertos y El ejército de las tinieblas. Entre ese otro público más culto, el que necesita la palabra Oscar para tomar a un autor en serio, Un plan sencillo demostró su talento. Y luego vino el fenómeno Spider-Man. Pero Raimi sigue apegado a sus orígenes. Hablo de la experiencia más íntima. Tú, la cámara, unos pocos técnicos y tus actores. Todo lo que un director necesita, afirma. Una ecuación a la que Raimi suma esos inquietantes movimientos de cámara, su pasión por los relojes marcando el tiempo antes de que la serie 24 hiciera de este mecanismo una moda, historias en las que sus protagonistas apechugan con las consecuencias de sus acciones y un coche, el Oldsmobile Delta 88 que tiene desde los 14 años y que sale en todas sus películas, incluso en el western Rápida y mortal, disfrazado de carromato. Hago las películas que me gustan, que quiero ver en la pantalla. La mejor forma de complacer a la audiencia en mi opinión. Alguien tendrá mis mismos gustos, ¿no?, se pregunta poco convencido.
Si miras la taquilla de Spider-Man sabes que Raimi tiene toda la razón, pero él no está tan seguro. En los estrenos me siento muy vulnerable. Es una experiencia terrorífica y excitante a la vez. Y también deprimente, porque nunca pienso que les ha gustado tanto como esperaba. Sólo unos pocos disfrutan con esa mezcla de humor y horror que tanto me pone. Y no puedo hacerlo de otra forma, porque soy tan cobarde que cuando me asusto empiezo a reír, confiesa en ese último minuto de coraje y risa antes de esconderse detrás de sus películas.
Arrástrame al infierno se estrena el 31 de julio.
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