Un joven con ganas
La tarde discurría por una hora y pico de aburrimiento y vulgaridad. La corrida de Alcurrucén era descastada, mansa, sin un átomo de bravura, una bueyada apestosa. Con sus fachadas de buena apariencia, los toros no tenían nada dentro. Kilos de gomaespuma para el carnicero. Hasta el último toro todo consistía en toparse con un áspero negro muro...
Fue en el sexto, cuando el joven Miguel Tendero toreó muy bien de capote. Bastaron unos lances y un par de chicuelinas ajustadas, para que se encendieran los ánimos tristones de lo que iba de festejo. Con la franela el diestro albaceteño toreó con las dos manos con arrojo y ganas. Tuvo la cualidad de ligar los pases y cuando no podía lo intentaba. Le ponía la muleta muy cerca del toro, encelándole hasta obligarle a pasar. Tras unos pases circulares y unas manoletinas -de la que salió volteado en una de ellas-, se fue con decisión tras la espada, y le enjaretó una gran estocada. Como premio se ganó una merecida oreja.
Alcurrucén / Bolívar, Cortés, Tendero
Toros de Alcurrucén: una mansada sin paliativos.
Luis Bolívar: bajonazo (silencio); bajonazo -aviso- (silencio). Salvador Cortés: -aviso-, metisaca, bajonazo -aviso- y descabello (silencio); pinchazo, estocada delantera y descabello (silencio). Miguel Tendero: tres pinchazos, media estocada -aviso- y descabello (silencio); estocada (oreja).
Plaza de toros de Pamplona, 7 de julio. 3ª de abono. Lleno.
La diferencia con sus compañeros de terna es que, tanto Luis Bolívar como Salvador Cortés, en especial este último, dejaron ver su poco entusiasmo y entrega. Cierto que los toros no valían nada, sin embargo la profesión de toreros cabales les obligaba a dar lo mejor de sí pese a todos los inconvenientes. Estuvieron los dos muy mal, o, si se quiere, tan mal como la incalidad de las reses lidiadas.
Mal empieza la feria del toro de Pamplona. Porque decir Pamplona es esperarlo todo del capítulo de las reses. Al menos ayer el público no tuvo que regalar orejas como es su costumbre. Lo hemos dicho alguna vez: entraña una gran dificultad pedir seriedad y rigor a un público que vive la fiesta con vitalísimo ardor; donde la tríada de la boca (cánticos-manduca-bota de vino) se alza como una diosa hedonista cada tarde sanferminera. Sería como lanzar cubos de acíbar sobre la rebosante multitud.
Insistimos que ayer el público no tuvo necesidad de ese regalamiento de orejas, porque ni los toros ni los toreros dieron pie para la orgía de apéndices, salvo Miguel Tendero que se ganó una oreja a ley. Este muchacho está pidiendo a gritos un puesto en las mejores ferias. Su decisión y arrojo le van a proporcionar tardes de triunfo. Al menos estuvo en la tesitura de atesorar deseos de ser figura del toreo. El tiempo dirá todo lo demás. El tiempo y el viento de la suerte, esa cosa tan preciosa que tanto aspiran y aman los toreros. Que sus futuras actuaciones ponga en sus muletas la palpitación del mejor de los besos imaginables.
Realmente lo de los toros de ayer de Alcurrucén es para pensarlo. Pamplona y su trayectoria extraordinaria de los últimos años en cuanto a toros, no se merece el manchón de ayer. De poco ha de valer el empeño de la Casa de Misericordia en llevar una línea rigurosa en la conformación de los carteles, para que venga un ganadero y deje sobre el coso pamplonés aquellas ruinas de toros. En otras plazas pueden servir los fiascos como el de ayer. En Pamplona eso tiene que estar rigurosamente prohibido por el buen nombre de la fiesta brava.
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