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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cómo aprender la oposición

Ejercer la oposición resulta tarea más ardua que gestionar el poder. Las consecuencias de esta realidad las está experimentando notoriamente el PNV, que no termina de acostumbrarse a su nuevo estatus fuera del Gobierno vasco. No es fácil, ciertamente, adaptarse a él cuando se llevan tres décadas al frente de una institución que se ha llegado a concebir como propia. Cuando se está en el gobierno, se cuenta con un guión, el programa electoral, y luego las circunstancias, la inercia y el margen de maniobra que dejan las mayorías parlamentarias hacen el resto. En cambio, en la oposición todo es incierto. Hay que controlar a quien ostenta el gobierno y tratar de debilitarle mientras te prestigias como alternativa, sí. Pero no existe un manual que enseñe cómo hacerlo con garantías. Y si estás desacostumbrado, como es el caso, la labor se presenta tanto más dificultosa.

Por el momento, el PNV emite de forma alterna y no termina de hallar su registro

Pese a las afirmaciones en sentido contrario de sus dirigentes, el PNV sigue transmitiendo la sensación de que no ha terminado de asimilar la injusticia de perder el gobierno habiendo ganado las elecciones. Salvando las distancias, continúa emitiendo señales de estupor e inadaptación similares a las que mostró el PP tras la derrota inesperada de marzo de 2004 o CiU al verse destronada por el tripartito de izquierdas catalán. No obstante, como sucede en la vida, mientras el partido de Iñigo Urkullu no supere la fase del duelo tendrá dificultades para encontrar una estrategia eficaz de oposición.

Las iniciativas e intenciones desplegadas hasta ahora no permiten vislumbrar un plan articulado, que vaya más allá del propósito de no dar cuartel desde el primer día a un Gobierno que considera advenedizo y sostenido por intereses extra vascos. Los mensajes han sido divergentes. Por un lado, se afirma desde el PNV la voluntad de hacer oposición desde el gobierno de las instituciones que mantiene en sus manos. Sin embargo, esta labor de desgaste es acometida con más o menos entusiasmo por los gobernantes que han predicado el entendimiento con el PSE -el diputado general de Vizcaya y el alcalde de Bilbao-, mientras que los declaradamente soberanistas diputados generales de Guipúzcoa y Álava observan una exquisita compostura institucional que no se debe sólo a su mayor debilidad en el territorio. Algo parecido sucede con los dirigentes de partido. El supuesto talibán Joseba Egibar se está manifestando menos beligerante que los presuntos moderados Iñigo Urkullu, Andoni Ortuzar o Josu Erkoreka.

Tampoco se percibe de forma definida si finalmente la oposición va a llevarse por la vía de la fricción institucional -una elección arriesgada y de inciertos resultados de imagen- o por los canales parlamentarios y políticos, o en qué proporción van a mezclarse los tres. Hasta el momento existe un apreciable desequilibrio a favor de la primera y la tercera vía, que no compensan la falta de tono en la Cámara vasca; como si los miembros de su grupo parlamentario se hubieran encontrado ante una misión sobrevenida -atacar al Gobierno- para la que no habían sido elegidos. Por otro lado, la disfuncionalidad de la bicefalia, seña distintiva del PNV, se hace más notoria en esta situación no vivida antes por el partido. En tanto que no designe un candidato a lehendakari, es su presidente quien tiene que confrontarse con Patxi López. Pero, al no ser parlamentario, se ve incapacitado para hacerlo en el espacio de debate por excelencia, lo que diluye las acciones opositoras y, sobre todo, la encarnación de la alternativa ofrecida en la persona que deberá reconquistar Ajuria Enea.

Las reacciones de agravio y la hipersensibilidad manifestada por el PNV ante las nuevas actitudes y acentos del Gobierno socialista respecto a las restricciones de discurso y simbólicas propias de la etapa nacionalista denotan que va a necesitar más tiempo para encontrar su registro de oposición. Sin embargo, quizá sea más urgente para el aún partido mayoritario reflexionar sobre cómo puede volver a gobernar. La búsqueda de ideas y programas sectoriales con el proceso Think Gaur apenas es, pese a su interés, un paliativo para el debate de fondo que tiene pendiente el PNV y que se resiste a abordar por mor de la unidad interna. Se trata, en definitiva, de preguntarse por qué ha llegado a esta situación: si ha sido por no haber secundado los planteamientos de Ibarretxe hasta las últimas consecuencias, como defienden los arzalluzistas, o por haberse distanciado, con aquella deriva, de una parte de la sociedad que en el pasado confió en el partido. Y de decidir, en consecuencia, si el camino apropiado para volver al Gobierno debe consistir en reforzar el discurso identitario e intentar seducir al abertzalismo irredento, o más bien en atraer a segmentos sociales que puedan sentirse cómodos con un nacionalismo más abierto e inclusivo.

Por el momento, el PNV emite de forma alterna. Un día, su presidente se ofrece al lehendakari para una mesa de partidos contra ETA, sabiendo de la dificultad de ir más allá de la condena básica de la violencia mientras el nacionalismo no revise su ritualizado rechazo a la Ley de Partidos, que la tajante sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha despojado de razones jurídicas. Otro día, el partido se pone un chute de fervor patriótico y organiza una procesión de desagravio de ikurriñas por el monte que pondría los dientes largos al mismísimo Arnaldo Otegi.

No obstante, el PNV ha descubierto desde marzo algo que había olvidado: que el primer objetivo de todo partido es alcanzar el poder. O recuperarlo, cuando lo ha perdido.

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