Corrupción
Gracias a la corrupción en todas sus modalidades, podemos disfrutar de un género tan seductor como el cine y la novela negra. Temática tan sabrosa también ha servido para cosas menos artísticas, como vender periódicos. Éstos, en función de sus intereses políticos, que siempre son económicos, acostumbran a ser incisivos y tenaces con la corrupción de los políticos o bien, estratégicamente ciegos y sordos, si el supuesto o probado latrocinio lo han protagonizado los amigos o los enemigos, los buenos o los malos, los sociatas o los peperos.
Esta actitud de los celosos guardianes de la moralidad pública se prolonga en los debates en televisiones y radios. Aunque no existieran los rótulos identificativos puedes adivinar sin margen de error para qué medio trabaja el indignado denunciante. Pero hay veces en las que todo es demasiado sibilino. Por ejemplo, con el pavo que controlaba los dineros del PP y al que se investiga por haber introducido la sucia manita en ellos, imagino que pensando en el bien de sus partidos, pero sobre todo en la felicidad propia. Resulta que hay un insólito acuerdo entre los acusadores progresistas y la desvergonzada guardia mediática de la zarzuelera dueña de Madrid en que Rajoy está haciendo el gamba por no lanzar a las tinieblas al tesorero trincón. Eso sí, los pretorianos en nómina de la tal Esperanza aclaran inmediatamente que la manzana podrida del honrado PP es un caso único y no como la sórdida Filesa, movida en la que estaban pringados todos los herederos de Pablo Iglesias. Provoca aún más estupor que grima ese concepto metafísico del periodismo independiente.
El presidente de Galicia y el de Cantabria, que están haciendo bolos intimistas en los programas de Lucas y de Buenafuente, reivindican la noble y sacrificada vocación de la casta política. Aseguran que la corrupción no es la regla, sino la rarísima excepción. Ellos sabrán. Son profesionales del bien común.
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