"No tengo nada que demostrar"
Contador asume con seguridad su condición de máximo favorito
Federico Bahamontes ganó el Tour en 1959 y estos días, 50 años después, acaba de conocerse la noticia de la muerte como escenario de carreras ciclistas del Puy de Dôme, el símbolo de su victoria, el símbolo también del lado salvaje del ciclismo, del Tour. Cae el Puy de Dôme, como cayó, hace un decenio, el ciclismo mítico, víctima de la civilización, encantada con domesticar, con cuadricular toda forma poliédrica, con sacar a la luz cualquier sombra de pecado. Al ciclismo de la era legendaria le mataron con la desmesura médica y con los controles antidopaje policíacos; al Puy de Dôme, con un tren cremallera que permitirá a más turistas subir más cómodos que nunca a la cima del volcán apagado del Averno. Al ciclismo de los años heroicos, de los personajes exagerados -Coppi, Anquetil, Gaul, Bahamontes, Merckx, Hinault-, le ha sucedido, en el siglo XXI, el ciclismo de la falsa nostalgia, de las relaciones públicas, de la melancolía por un pasado inexistente como única legitimación. Al Puy de Dôme, el escenario del duelo Anquetil- Poulidor que paralizó Francia en 1964, se le ha suplido con sucedáneos más accesibles y con escenarios glamour, como la salida de hoy en Mónaco, un dudoso esplendor encajonado entre unas colinas peladas, un amarradero de yates de lujo y unos bloques propios de ciudad dormitorio.
"Armstrong es una motivación más. La presión me gusta por eso", dice el español
Menos mal que aún resiste el Mont Ventoux y que existe Alberto Contador
Menos mal que aún resiste el Mont Ventoux, una incongruencia geológica en medio de la Provenza, una incongruencia ciclista en medio de los años de lo light; menos mal que existe Alberto Contador, un cóndor capaz aún de desplegar sus alas en la montaña sin que nadie, aún, se haya arrogado el derecho a abatirlo.
Contador, el niño de Barcarrota, el chico de Pinto, tan frágil en apariencia, es el único escollo con el que ha topado la inmensa operación de marketing conocida como Lance Armstrong, el regreso del superviviente, tan perturbadora. Su resistencia inevitable al menos llevó consigo a la abarrotada sala de conferencias de Mónaco el curioso y agradable regusto, tan antiguo, de la pelea de alcoba, convertida en el último elemento de análisis ciclista. Aromas de hace 50 años, cuando la selección francesa plagada de figuras prefirió antes combatir una guerra interna que eliminar a Bahamontes; del año 86, de cuando Hinault faltó a su palabra y soñó antes con ganar su sexto Tour, imposible, que ayudar a LeMond, su compañero joven, a ganar su primero, la realidad, se filtraron en la sala e inspiraron la comparecencia de Contador, como favorito único e indiscutible, ante 300 periodistas. Un territorio minado que Contador, sobrio como su camiseta negra, alegre y animoso, sentado a la izquierda de su director, Johan Bruyneel, desactivó en un plisplas.
"Me gusta esta presión, que me mire tanta gente como gran favorito, que Lance Armstrong esté en mi equipo", dijo el ganador del Tour de 2007, el último que disputó, del Giro y la Vuelta de 2008, las últimas carreras de tres semanas que corrió. "Ya sabía que iba a estar aquí, ya sabía que esto iba a suceder. Armstrong es una motivación más. La presión me gusta por eso, porque es otro aliciente". Y una vez balizado el territorio con el rival-compañero que le saca 11 años, 37 contra 26, y seis Tours -"¿celos, yo?, nunca, que todo el mundo hable sólo de Armstrong es mejor para mí, me permite estar más tranquilo"-, Contador, cuya inteligencia situacional está a la altura de sus increíbles facultades de escalador, recordó que el Tour es muy grande. "Salgo en todas las quinielas como gran favorito", dijo Contador, consciente de cómo ha cambiado la mirada del mundo hacia su figura. "Pero creo que se está centrando excesivamente el protagonismo en Lance y en mí, cuando hay más corredores. Además, la situación respecto a mi victoria en 2007 [vistió el maillot amarillo por la expulsión de Michael Rasmussen después de los Pirineos, y lo ganó definitivamente resistiendo en la contrarreloj final a Evans y Leipheimer] ha cambiado. Todo el mundo me conoce. No hay factor sorpresa que me ayude, pero lo contrarresto porque soy más sólido, mejor ciclista que entonces". Contador no dio nombres, no hacía falta. No hay dudas sobre los favoritos habituales, los hermanos Schleck, Evans, como siempre, Menchov, frío y silencioso, y, por supuesto, Sastre, el último ganador.
Bruyneel, el delicado equilibrio entre los dos hombres fuertes de su equipo, contribuyó a limpiar de minas la sala. Recordó que Contador es el líder, que sabe que el de Pinto está muy bien, pero que no tiene elementos para saber cómo estará Armstrong. Y citó a todos para la contrarreloj de hoy -15,5 kilómetros con una subida de siete nada más salir-. "Ahí tendremos la primera indicación de quién es más fuerte", dijo. Pero Contador no le entró al trapo. "Puede haber diferencias entre los mejores", dijo el español, "pero que nadie espere que arriesgue en el descenso para ganar. No tengo que demostrar nada a nadie".
Tres horas entre L. A. y A. C.
Por primera vez en su vida de hombre-Tour, desde 1999, Lance Armstrong no será el último de su equipo que tome la salida en la primera contrarreloj, no ocupará el puesto que reservan los equipos para su líder, lugar que ocupará hoy (19h 5m 30s) Alberto Contador. Hombre de extremos, el tejano ha reaccionado eligiendo el primer puesto del Astana y saldrá de la rampa instalada en el bulevar Alberto I, en el mismo punto en que sale y termina el GP de fórmula 1, a las 16.17h. Freud hablaría, quizás, de rabieta infantil (cuestión de resistencia a la frustración y esas cosas) o de necesidad de llamar la atención, pero Armstrong, casi 38 años, muchas más arrugas en su fogueado rostro, parece demasiado mayor como para esas cosas. Más bien habrá que hablar de una táctica muy habitual, que consiste en que los equipos hacen salir a sus mejores especialistas con la máxima diferencia entre ambos para aprovechar los posibles cambios meteorológicos.
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