Cuarentón y caballero
Íñigo Cuesta, el lugarteniente de Carlos Sastre, es el "abuelo" del Tour a sus 40 años y con otro, al menos, de contrato
Íñigo Cuesta (Villarcayo, 1969) comienza hoy su séptimo Tour. Se le ha escapado la posibilidad de emular a Miguel Indurain, que ganó su primera ronda francesa en su sexta participación. Íñigo tampoco lo hará en la séptima. Quizás influya en ello el hecho de ser el abuelo del Tour, un cuarentón con buen talle que ejerce de lugarteniente del vigente campeón, Carlos Sastre (un treintañero también con la traza fina). Con la experiencia que da la madurez, Íñigo, aquel ciclón que llegó de Burgos a Euskadi, pleno de potencia, con hambre de triunfos y carreras, poderoso sobre la bicicleta, se tuvo que conformar con una Vuelta al País Vasco, una etapa en la Dauphiné Libéré y otra en la Volta a Catalunya como principales éxitos tras militar en seis equipos diferentes. "Al final cada uno tiene su sitio. Cuando entré en el ONCE tuve que adaptarme a otra forma de correr. Y ahora tengo otro cometido, ayudar a Carlos", afirma.
A sus 40 años, el abuelo no ha perdido ni un ápice de la ilusión que le subió encima de una bicicleta hace tantos años: "He disfrutado mucho con este deporte y es imposible que te produzca pereza hacer algo que te gusta tanto". No miente, porque al término de esta temporada le espera otra más que tiene firmada con su actual equipo, el Cervélo, uno de los que acumulan más veteranía en este Tour, con cinco de los nueve corredores por encima de los 30 años, cuando según algunos se produce el esplendor de los mejores ciclistas. El más joven a cambio es el Caisse d'Epargne, que cuenta con el ciclista más bisoño de la carrera: el colombiano Rigoberto Uran, de 22 años.
Íñigo viajó a Mónaco el miércoles. El día anterior cogió la bicicleta unas dos horas cumpliendo la rutina profesional hasta el último momento, disfrutando de la bicicleta, como él dice: "Éste es un deporte muy duro, con momentos malos y otros mejores, donde lo que importa en cada carrera es saber a lo que vas y, en mi caso, llegar lo mejor posible y ayudar a Sastre en todo lo que pueda".
La reflexión es más profunda cuando se evalúa la dureza del Tour: "Todos son complicados. En realidad todas las carreras que pasan de 10 días son complicadas". Y se hace un poco más triste cuando analiza la vida del ciclista: "Me gusta este deporte pese a que enseguida aprendes que lo malo lo tienes que llevar tú solo".
Una parte del secreto de su longevidad, sólo una, radica en la ausencia de lesiones importantes. "Las he tenido", señala, "pero he salido bien de todas ellas y esas circunstancias te hacen más fuerte; en vez de restarte ánimo, te lo refuerzan".
Íñigo Cuesta, sobre todo, quería ser ciclista. Y lo es. Y lo va a seguir siendo, "porque tengo ganas y la motivación a tope" y un contrato y una misión que cumplir: ayudar a su amigo Sastre a revalidar el título de campeón del Tour. Sus rivales "son muchos, pero ellos también cuentan con él". Sobre Armstrong elude pronunciarse: "No sé como estará, la verdad. Supongo que tiene que notar la falta de competición de estos años, pero parece que se va adaptando. Además, el Tour motiva a todo el mundo y por eso siempre se da alguna sorpresa. Éste no será distinto".
Él ya tiene el maillot virtual del ciclista más veterano, un título no menor al que no es fácil llegar. Bien que ya no haya podido igualar a Indurain, pero quizás tampoco alcance el otro título honorífico de Raymond Poulidor (ayer en el stand del Crédit Lyonnais con el jersey amarillo que tantas veces le birló Anquetil): el del más veterano (41 años) en subirse a un podio. Pero se ha convertido en un ejemplo de profesionalidad. Cuesta se cruzará en carrera con Rigoberto Uran. Dieciocho años les separan, casi una generación, pero ambos sobre la misma bicicleta. Bueno, la de Cuesta es más grande (13 centímetros las separan). Los dos tienen el mismo objetivo: ayudar a sus jefes. Uno como aprendizaje, otro por experiencia. Así es la vida...
Cervélo is different
¿Quizás por ser canadiense, un país con menos tradición ciclista? No parece creíble. ¿Quizás por ser un equipo nuevo? No parece probable. ¿Quizás por razones estratégicas? El asunto resulta más convincente.
Lo cierto es que la presentación ante la prensa de Carlos Sastre, no se olvide, el vigente campeón del Tour, digamos que fue distinta. Una sala pequeña para el tamaño deportivo del protagonista, ausencia de los dos directores (Jean Paul Van Poppel y Alex Sans), presencia del dueño del equipo Gerald Vroomen, y del velocista Hushovd, aspirante al duelo de sprinters. Quizás esté en la idiosincrasia del equipo, una entidad que gusta de promocionar a sus valores: Van Poppel era el director del equipo femenino y Sans fue, durante muchos años, mecánico de distintos equipos.
Lo cierto es que Sastre resulta más mediático ante un micrófono de lo que muchos creen: se desenvuelve de forma fluida en inglés (el idioma del Cervélo) y responde con soltura. En la pequeña sala del hotel, Sastre exhibió el protagonismo del campeón. Lo asumió casi por completo en aquella pequeña sala repleta. Su mensaje fue rotundo: ¿Y por qué no ganar otra vez? Soñar es libre y la imaginación es muy grande. No había mucho más que decir, aunque dijo más. Lo dijo todo él.
Por la tarde, Alberto Contador, ante 300 periodistas, sucumbió al poderío mediático de Bruyneel y la polémica con la presencia de Lance Armstrong en el equipo. Sin duda el Cervélo es un equipo distinto, difícil de clasificar. ¿Estrategia o costumbrismo?
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