Stefan Zweig más cerca
A menudo es cierto que "detrás de un gran hombre hay una gran mujer". En el caso del escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942), su primera esposa, Friderike von Winternitz (1882-1971), desempeñó ese papel durante los treinta años en los que convivieron. Se conocieron en 1913, ella tenía dos hijas, fruto de un matrimonio fracasado. Una súbita atracción mutua los unió, alquilaron una magnífica casa en el Kapuzinerberg de Salzburgo y allí vivieron años felices; en 1920 se casaron.
Zweig se bastaba solo para crear su obra, su mujer no influía de manera directa en su actividad, pero ejercía de factótum cuidando de que no le faltase de nada: ante todo, la tranquilidad necesaria para su trabajo, el cual Zweig amaba sobre todo lo demás. También Friderike era autora de novelas y traducciones, trabajos que acometía con energía y suficiencia mientras soportaba las crisis de "pesimismo" que asediaban a su célebre marido, más frágil en sus emociones que ella. Gozaron juntos de años de éxitos y cambios; sin embargo, cuando hacia 1937 la situación política en Austria se complicó y Zweig vio que tendría que emigrar a París o Londres, Friderike pasó a un segundo plano y optó por separarse de ella, empujado, al parecer, por la insistente dependencia de su joven secretaria —treinta años menor que él— y que estaba "loca de amor": Lotte Altmann, la mujer con la que contrajo matrimonio apenas se divorció de Friderike y que lo acompañaría a la muerte, puesto que ambos se suicidaron en Brasil, en 1942.
Friderike, valiente y serena, continuó su existencia recordando al famoso autor, a quien intentó comprender. Dejó varias obras testimoniales, tales como su Zweig, tal como yo lo conocí y una biografía en imágenes del escritor, así como este Destellos de vida que aparece ahora en notable traducción castellana. Antes que otra biografía, es una remembranza de la vida de Frederike junto a Zweig y después de él. Recuerda a su esposo con cariño, aunque más que describir su carácter o sus costumbres se centra en la descripción a grandes rasgos del mundo que los rodeaba. Como "buenos europeos" y cosmopolitas, los Zweig pasaban temporadas en Italia, Francia o Suiza; conocieron a las personalidades intelectuales de su tiempo: Romain Rolland, Albert Schweitzer, Arturo Toscanini o Joseph Roth eran amigos muy queridos.
Terminado el relato de la época de convivencia, Friderike deja entrever las razones de la separación; recuerda los últimos meses de vida de Zweig, un hombre acosado por confusiones interiores y hasta con cierto trastorno bipolar, e insinúa más de lo que dice. A Zweig lo mató su pesimismo, junto al poco arrojo de su segunda mujer, por lo visto víctima a su vez de una enfermedad incurable; pero también su muerte fue un último gesto de libertad: así prefirió verla Friderike. Ella, luchadora incansable, salió de Europa en compañía de sus hijas y rehizo su vida en Norteamérica.
Coincidiendo con la publicación de estas memorias se publica ahora en una excelente edición la correspondencia de Zweig con Hermann Hesse, otro osado pacifista y "gran europeo", cuya personalidad artística se forjó asimismo a comienzos del siglo XX. Iniciaron su relación en 1903, cuando Hesse escribió a Zweig, cuatro años más joven que él, para pedirle un libro de poemas de Verlaine traducidos por aquél, ya que era demasiado "pobre" para comprarlo. El intercambio epistolar, de mayor o menor intensidad según qué épocas, duraría 35 años. El respeto y la admiración mutuas fraguaron una amistad que se fortaleció a pesar de las mutuas diferencias: Hesse se refugiaba en apacibles localidades rurales mientras Zweig recorría el mundo y amaba las grandes ciudades. Pero siempre tuvieron algo que decirse y los libros que ambos publicaban eran fuente de alegría compartida. Un extraño goce acompaña a la lectura de este epistolario, el que brota de constatar que dos personas que han llegado hasta una elevada altura moral consideran obvias las mismas cosas.
En suma ambos libros son imprescindibles para los admiradores de Zweig y Hesse, también, para quienes se sientan atraídos por aquel fructífero periodo cultural que floreció en Europa a comienzos y mediados del siglo XX, la misma época en que se confabulaban las ominosas fuerzas que pugnaban por devastarla.
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