"Imbatibles" pies de metal
La enfermería se instaló en uno de los bancos de piedra del parque que hay frente a San Caetano. Tiritas como para un colegio, kilómetros de gasa y mucho Betadine. A falta de ayuda para todos, cada uno se preocupó de arrancarse los calcetines pegados a la carne, y de vérselas con sus propias ampollas antes de ponerse a la sombra para masticar los bocadillos que pagaba la CIG. Todo esto con un helicóptero de la policía zumbando sobre sus cabezas y 25 lecheras de antidisturbios vigilando de cerca sus movimientos de mandíbula. Durante la marcha (totalmente pacífica) también habían participado en el control varios coches de la Guardia Civil y de las policías locales. Estaba claro que las autoridades sabían de su visita, pero del Gobierno gallego nadie salió a recibirlos.
Los Docampo llegan con sus mujeres. La familia entera está en huelga
Se le cae el mechero y ya no se agacha a cogerlo. No puede con las agujetas
Algo más de 300 peregrinos del metal tuvieron que ser atendidos durante el camino en los coches escoba. Otros, a pesar del dolor de pies, se negaron a subir. En la rúa Rosalía de Castro, a tres kilómetros del objetivo, a un obrero se le cayó el mechero al suelo cuando encendía un pitillo y ya no fue capaz de agacharse a cogerlo. Dejó la lumbre atrás, pero siguió hasta el edificio administrativo de la Xunta arrastrando sus agujetas.
Después de recorrer más de 60 kilómetros en dos días, de Pontevedra a Santiago, con parada para dormir en saco en los pabellones de Valga, Pontecesures y Padrón y en el monasterio de Herbón ("los católicos"), los trabajadores del metal no sufrieron más lesiones reseñables que las del peregrino novato. Salieron de Pontevedra con prisa, el lunes caminaron a 7 kilómetros por hora y ayer, pese a bajar el ritmo, unos cuantos pagaban la machada. Entre los que llegaron primero (Carlos Vilas, Ricardo Guerra, Daniel Santiago y Javier Doval, de Monesa) y el que cerraba filas había cinco kilómetros de hombres y mujeres del metal de por medio. "No estamos cansados", aseguraban sin embargo dos horas antes de la meta, cerca de Milladoiro. "Por lo menos mentalmente, terminamos mucho peor los días que hay bronca con los maderos".
Con ampollas o sin ellas, parece que estos pies (10.000 pies, según las cuentas de la CIG; sin datos por parte de las fuerzas del orden) ya no se plantean parar. "La confianza es lo que nos hace imbatibles", proclamaba subido al techo de un camión rojo Antolín Alcántara, secretario de negociación colectiva de la CIG. Alcántara es un líder. Arenga como pocos y conmueve las blandas vísceras de la gente del metal. Con esta peregrinación, según él, han demostrado que son "capaces de traspasar fronteras", de extender su lucha "como una mancha de aceite". Movilizados "por el corazón" y "la rabia". Convencidos de que son parte de esa "mayoría" planetaria que es la "clase obrera". Seguros de que van a "ganar" esta batalla para más adelante "transformar el mundo". A Alcántara todos lo aplaudieron, no así a los portavoces de CC OO y UGT que compartían con él el camión.
Con su llegada a Santiago, los del metal cumplieron 19 jornadas de huelga. Aún no han batido el récord, los 23 días de protesta del año 94, pero Emilio Alonso, liberado de Rodosa y miembro de la CIG, cree que esta vez fulminarán la marca. La mayoría se ríen cuando se les pregunta cuánto van a cobrar este mes. "¿Quinientos euros?, ni de coña". Los hermanos Emilio, Eugenio y José David Docampo, que peregrinaron con sus mujeres y sus hijos, trabajan para tres empresas distintas de calderería naval. En la familia están todos en huelga.
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