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ANÁLISIS
Columna
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Salir del bloqueo

Acabar con la discriminación fiscal a favor de los deportistas de élite como Ronaldo o Kaká, subir los impuestos a las rentas más altas, cuestionarse la rebaja de los 400 euros: esta semana hubo un acuerdo parlamentario entre el PSOE e IU/ICV para abordar esos temas, pero pronto volvieron de nuevo al cajón. La ruptura provocó carcajadas generales -"vodevil", "sainete"-, y el propio líder de la oposición contribuyó a la algazara cuando acusó al jefe del Gobierno de tener una política fiscal por la mañana y otra por la tarde. A fuerza de frivolizar la vida pública, de reducir la política a una riña entre unos pocos, a veces se nos olvida algo tan elemental como que el Gobierno pende de una mayoría parlamentaria.

Elección tras elección, se confirma que la ciudadanía sigue sin ganas de entregarse sólo a un partido
No sería la primera vez en democracia que un problema excepcional se trata con unas dosis de consenso

Por mucho que José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy vayan de estrellas -incluso cuando no son candidatos, como en las elecciones europeas-, por más que ambos pretendan personalizarlo todo, ninguno de los dos puede gobernar sin un apoyo suficiente en el Congreso de los Diputados. Anunciar y retirar inmediatamente una reforma no augura nada bueno a un presidente al que, en teoría, le quedan tres años de mandato; es decir, tres Presupuestos del Estado, amén de un montón de iniciativas ya empantanadas. Zapatero era consciente de lo que se jugaba en la campaña electoral de 2008: "Pediré hasta el último minuto, hasta esta medianoche, una mayoría amplia", advertía en declaraciones a este periódico en la antevíspera de la votación. Al ganar sin el margen pretendido, mientras el PP aguantaba el tipo, la batalla entre los dos quedó inconclusa. Y las recientes elecciones europeas han confirmado que la ciudadanía sigue sin ganas de entregar abiertamente su confianza a uno de los dos partidos centrales del sistema. Visto con cierta frialdad, el espectáculo de esta semana en el Congreso simplemente sirve para refrescar el dato de que Zapatero carece de mayoría absoluta.

Y entonces, ¿qué? Con el país inmerso en una crisis económica y social de una amplitud excepcional, la legislatura transcurre con la misma bronca apocalíptica que la anterior. Sólo ha cambiado el guión: en vez del se rompe España, Rajoy hace ahora a Zapatero personalmente responsable de cuatro millones de parados; y éste, en vez de acusarle de deslealtad constitucional, como hacía antes, atribuye a Rajoy carecer de toda alternativa. Lo cierto es que si Zapatero fuera el causante de la crisis, sobrarían motivos para derribarle parlamentariamente. El problema es encontrar bastantes diputados que se lo crean. Y más difícil todavía, ponerles de acuerdo en que Rajoy encarna la solución a tal estado de cosas. Por lo tanto, la vía de cambiar al Gobierno por medio de la censura se antoja cegada.

¿Qué sería lo más sensato? Para tratar una situación excepcional probablemente se necesitan remedios excepcionales, incluido el de poner coto a la corrupción rampante -y no a las investigaciones sobre indicios de corrupción-. Hasta en épocas menos convulsas que la actual, la negociación de coaliciones, pactos o acuerdos es lo frecuente en gran parte de Europa; precisamente, las mayorías absolutas son raras, salvo en los países regulados por sistemas electorales que fuerzan tales mayorías, como Reino Unido o Francia. Aquí tenemos poca cultura de coalición y búsqueda de consensos. Inmediatamente se los considera los parteros de componendas inconfesables. Y eso que los antecedentes no son tan nefastos: los procedimientos consensuales dieron resultado en la redacción de la Constitución española y facilitaron la salida de la crisis económica de los años setenta. Ahora, la coalición en el poder en Alemania ha contribuido a amortiguar el impacto de la crisis actual en la primera de las economías europeas.

Negarse a todo consenso por cálculos politiqueros conduce al bloqueo. Si en muchos países europeos se recurre a pactos o coaliciones para mantener la estabilidad de sus democracias -y también en diversas comunidades autónomas españolas-, habría que normalizar la idea de que no son automáticamente demoniacas cuando se trata del Gobierno del Estado. La situación del PSOE evidencia sus graves dificultades para hacer política en solitario, con menos apoyos exteriores que en la legislatura anterior, sin que la oposición parezca capaz de aspirar a otra cosa que a cocer a fuego lento al Gobierno, a la espera de cobrarse los réditos a medio o largo plazo.

Además de preguntarse cuánto aguantará la democracia italiana a Berlusconi y a sus velinas, conviene interrogarse sobre el aguante de los españoles hacia la perpetuación de un bloqueo al que acompañan el descrédito de la política, la denuncia del sistema de partidos y el clientelismo.

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