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Columna
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Impuestos y política

Los impuestos son un elemento importante en el funcionamiento de las sociedades contemporáneas. La financiación de los extensos Estados del bienestar con los que nos hemos dotado exige que los ciudadanos y empresas contribuyan de forma obligadamente generosa con sus propios recursos. Por eso los impuestos preocupan a unos y otros y se convierten en objeto destacado en el debate público. En particular y en la medida en que existen múltiples figuras impositivas con características muy dispares, la forma en que las configuramos y combinamos no es baladí: no es lo mismo subir un impuesto sobre la renta que un impuesto sobre el consumo; no es lo mismo reducir la recaudación por IRPF rebajando la tributación de las rentas de capital que aumentando el mínimo exento. De hecho, durante buena parte del siglo XX se habló del modelo fiscal socialdemocráta, caracterizado por el protagonismo de la tributación directa y personal y en la que progresividad era un aspecto muy importante. Es verdad que los tiempos han cambiado, que existen nuevas restricciones y que no es razonable diseñar un sistema fiscal en los mismos términos que hace 30 o 40 años.

El bipartito fue uno de los gobiernos autónomos que más se mojó por la progresividad fiscal

No obstante y como demostraron hace algunos años los expertos convocados por la Fundación Alternativas, sigue siendo posible definir un modelo coherente, global y enraizado en la tradición socialdemócrata, en sus principios y objetivos (Una alternativa fiscal para España, Exlibris ediciones, 2002).

No parece que este haya sido el enfoque seguido hasta el momento por los gobiernos de Rodríguez Zapatero. La eliminación del impuesto sobre patrimonio, el laissez-faire ante el desmantelamiento del impuesto sobre sucesiones, la intrahistoria de la reducción de los 400 euros y el llamado cheque bebé, los cambios en la tributación del capital en el IRPF o lo ocurrido esta semana con el abortado acuerdo con Izquierda Unida en materia fiscal son signos de otra cosa. Quizá, del triunfo de la táctica sobre la estrategia fiscal; de la improvisación sobre la planificación; del electoralismo y la búsqueda de apoyos de corto plazo sobre la coherencia en el largo y el mantenimiento de distancias respecto a las opciones tributarias conservadoras.

En Galicia las cosas han ido diferentes. Es verdad que el gobierno de coalición PSdeG-BNG no impulsó muchos cambios en materia fiscal. Pero los que hizo fueron coherentes y razonables, resistiendo presiones fuertes e incorporando a la agenda cuestiones medioambientales y de valorización de nuestros recursos naturales. El canon hidroeléctrico y la revisión del impuesto sobre contaminación atmosférica son dos buenos ejemplos. Y hay que destacar también la reforma del impuesto sobre sucesiones y donaciones. Habida cuenta del difícil escenario en el que nos movemos, ha sido uno de los gobiernos autónomos que más se ha mojado para mantener la figura más progresiva del sistema fiscal español.

El PSdeG debería mantenerse en esa línea de coherencia y, dentro de las posibilidades legales en manos de las comunidades autónomas, reflexionar sobre lo que resta por hacer. Porque una legislatura pasa enseguida y el equilibrio de fuerzas en la actualidad no es la de los años 90, como lo demostró el sorpasso de los populares hace unos meses. El PSdeG debe estar preparado para gobernar en 2013 y eso requiere empezar a trabajar ya hoy en muchos asuntos, entre ellos la fiscalidad. En particular, existe un espacio importante en el ámbito de la tributación ambiental. Además y aunque sea ir contracorriente, no debería darse por perdida la imposición patrimonial. Incluso con perspectiva de aportar ideas a escala estatal.

Cuando se está en la oposición es el momento de pensar y armar discurso.

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