Silencio sobre Irán
Irán queda sumida en la noche de la teocracia islamista, sin perspectiva alguna de transición democrática. A lo largo de la crisis, Francia y Alemania fueron capaces de adoptar tomas de posición acordes con la gravedad del caso. Insistieron sobre la necesidad de que el Gobierno de la república islámica reconociera el fraude electoral y respetase los derechos de quienes mediante sus protestas defendían al mismo tiempo la democracia y la dignidad de su propio país. No fue tarea fácil, ya que de antemano era sabido que las autoridades iraníes acudirían al argumento tradicional de la conspiración imperialista para descalificar a sus ciudadanos. Por lo mismo, Barack Obama se cuidó de formular sus objeciones en un plano tan general como inequívoco: no es lícito para Gobierno alguno sofocar brutalmente unas protestas justas. Más no se podía hacer, sin suscitar un efecto bumerán que perjudicara a los demócratas iraníes.
Sobre el islamismo, el ministro Moratinos es invidente voluntario
Menos sí. Lo ha conseguido el Gobierno español. Moratinos se remitió primero en la información a las autoridades iraníes; luego pidió al embajador en Madrid que se "revisara" el resultado electoral, puntualizando que a diferencia de otros Gobiernos europeos, no había tenido lugar una convocatoria específica, ya que la concertación de la cita era previa. Marquemos distancias respecto a Europa. Luego nos extrañaremos del desprecio que Washington muestra hacia la política exterior española.
La significación del episodio va más allá de una cuestión de indignidad. Remite al enfoque adoptado por el Ministerio de Asuntos Exteriores en los temas de islam, islamismo y yihadismo. Moratinos elude siempre todo planteamiento que no suponga acotar el terrorismo a Al Qaeda. La simple mención al islamismo es tabú, de acuerdo con la reiterada exigencia de Gema Martín Muñoz, hoy directora de la Casa Árabe del Ministerio de Exteriores. A cuyo juicio, toda indagación sobre los orígenes islámicos del yihadismo constituye una muestra inaceptable de islamofobia. Así que vía Casa Árabe, según explicó Moratinos en 2007 al inaugurarla, lo esencial es luchar contra esa islamofobia inventada, porque la xenofobia maurófoba es otra cosa. Cuantiosos recursos son así empleados en la caza y captura de unicornios islamófobos en lugar de plantearse las cuestiones fundamentales: primero, cómo fomentar la integración desde la multiculturalidad de la masa de inmigrantes musulmanes; segundo, pequeña cuestión, cómo cortar desde las raíces el yihadismo, esto es, el soporte social de los comandos terroristas. Tercero, analizar a fondo el islamismo.
Estos temas parecen al Gobierno irrelevantes. Ignora que la distinción entre islamismo y terrorismo no debe hacer olvidar la vocación violenta del primero cuando una vez logrado el poder se ve amenazado. Irán es el mejor ejemplo: no cabe desde el islamismo -otra cosa es el islam- dar vida a un auténtico régimen democrático. Y tampoco puede ser olvidado el papel de la cosmovisión islamista, y en particular de su satanización de Occidente, a la hora de engendrar conciencias yihadistas. La historia del terrorismo islámico está sembrada de ejemplos en que la pertenencia a sectas radicales, aparentemente no violentas, sirve de plataforma para una ulterior integración en comandos de Al Qaeda. Tenemos el caso del grupo de tablighi barceloneses, encausados desde enero de 2008 por albergar a un comando terrorista a punto de actuar dentro y fuera de España. En el libro de cabecera de la secta, Faza'il-e-a'maal, Las virtudes de la acción, la predicación ocupa el primer plano, pero siempre al servicio de una consigna inequívoca: "Todo musulmán recibe de Alá la orden de impedir que la gente haga cosas prohibidas". Las puertas para la yihad quedan así abiertas, mientras la incompatibilidad entre los valores islámicos y los occidentales resulta insalvable. ¿No vale la pena preocuparse seriamente ante ese enlace entre rigorismo y violencia? Más aún, ¿es inocuo que cientos de miles de musulmanes de segunda generación se formen en nuestro país ahondando una fractura cultural?
Podemos aprender de Francia: ¿no sería mejor que todos, ciudadanos musulmanes y no musulmanes, en vez de seguir dando vueltas al señuelo de la islamofobia atendiéramos al islam progresista? Para lo cual, analizar la experiencia iraní resulta inexcusable.
Difícil empeño. Amén de único observador mundial que aprecia un proceso de cambio en la Cuba de Raúl Castro, y que como el ciego que guía a otro ciego intenta arrastrar por esa senda a la Unión Europea, sobre el islamismo Miguel Ángel Moratinos es invidente voluntario. Enfermedad endémica que reaparece siempre cuando un compromiso no es rentable (Sáhara).
Señor ministro: hablamos de Neda, asesinada por los paramilitares islamistas en Teherán, de atentados pasados unos, abortados por nuestra policía y previsibles otros, no de caricaturas.
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