_
_
_
_
Reportaje:RETRATO DE SONIA SOTOMAYOR

Del Bronx al Supremo

Sonia Sotomayor, la hija de unos puertorriqueños que vivían en uno de los barrios más conflictivos y humildes de Nueva York, llega al máximo tribunal de Estados Unidos de la mano de Obama

Yolanda Monge

De niña creció leyendo las novelas del famoso personaje de Nancy Drew y deseó convertirse en una de esas detectives que investigan casos misteriosos. Hasta que le diagnosticaron diabetes y su médico le comunicó que le resultaría difícil llevar a cabo tan arriesgado oficio. Entonces se refugió en la televisión y pasaba horas siguiendo los juicios de Perry Mason, otro personaje de ficción que en este caso representaba a un abogado defensor. Pero aquella niña de ocho años no quería emular a Mason. Ella misma cuenta que su carrera quedó determinada durante un episodio de aquella serie que acababa con la foto fija de un juez en pantalla. Sonia Sotomayor, hoy 54 años, decidió que de mayor sería juez.

Ningún latino, ni mujer ni hombre, ha llegado nunca tan lejos dentro de las instituciones de Estados Unidos
Más información
Sotomayor avanza hacia el Supremo de EE UU

Y si su destino se hubiera dejado a la suerte de su procedencia social, su raza y/o su género, las probabilidades de que nunca lo hubiera conseguido hubieran sido tan altas que prácticamente podrían considerarse nulas. Pero la historia de Sotomayor no hace más que probar la propia historia de Estados Unidos. No hace más que ratificar aquello del "sólo posible en América".

Si no, ¿cómo puede explicarse que la hija de unos puertorriqueños que vivían en una casa de protección oficial del sur del Bronx sea la persona elegida por el presidente Barack Obama para pertenecer al exclusivo y elitista club de los nueve que es el Tribunal Supremo de EE UU? "Era una niña con sueños" en un país que hace posibles los sueños, explicó Sotomayor hace algún tiempo.

Que su vida no fue fácil es un hecho. Perdió a su padre (42 años, soldador de profesión) a la edad de nueve. La madre, Celina -su fuerza impulsora-, sacó adelante a dos hijos (Sonia y Juan, que se convirtió en médico) con el sueldo de una enfermera que trabajaba seis días por semana. Llegados de Puerto Rico durante la Segunda Guerra Mundial, los Sotomayor se instalaron en el conflictivo sur del Bronx, en Bronxdale Houses. "En Bronxdale había pobres", recordó Sotomayor en 1998 en una entrevista. "Había pobres-pobres, había pobres enfermos; había adictos y no adictos; todo tipo de gentes, todos con problemas y cada uno de ellos les daba soluciones diferentes. Había distintas formas de supervivencia, diferentes reacciones ante la adversidad. Y cada niño que crecía allí tenía que tomar sus propias decisiones".

Por supuesto ella tomó las suyas, ayudada por una madre que en los años sesenta regaló a sus hijos una Enciclopedia Británica para ayudarles en sus trabajos escolares. ¡La Británica en las casas de protección oficial del Bronx! Todo un exotismo que indicaba la importancia que la señora Sotomayor concedía a los estudios, igual que el hecho de que llevara a sus hijos a una escuela católica que parecía ser una garantía de éxito frente a los peligrosos colegios públicos de la zona.

Superado el colegio y el instituto (de donde salió con un novio, Kevin Noonan, con el que se casó en 1976 para divorciarse siete años después, sin hijos), Sotomayor aterrizó en el otoño de 1972 en Princeton. "Me sentí una extraterrestre", dijo una vez sobre su llegada a la prestigiosa Universidad perteneciente a la Ivy League. Las estadísticas lo confirmaban: el número de estudiantes latinos era muy inferior a la centena; no había profesores ni administrativos de esa procedencia. Y los hombres superaban con creces a las mujeres, que habían sido admitidas en la Universidad apenas unos años antes -por cierto, algunos alumnos protestaron contra esta aperturista medida, entre ellos el actual juez del Supremo Samuel Alito, que se graduó meses antes de que Sotomayor llegara-.

Aquel ambiente de gente que tras sus apellidos portaba números romanos según el orden de su dinástica ascendencia forzó a Sotomayor -que como gran título se concede así misma el de ser una nuyorican, mezcla de la palabra puertorriqueña y neoyorquina- a refugiarse en la biblioteca y los libros. "Todo lo logró con becas y créditos", dicen los que estudiaron con ella. Se licenció cum laude en Princeton y su siguiente meta estuvo en Yale -el mismo lugar donde lo hicieron los multimillonarios Bush- donde estudió Derecho. A partir de ahí se forjó la carrera profesional de una mujer que de ser confirmada en el puesto por el Senado a partir del 13 de julio -nada hace pensar lo contrario, sus pronunciamientos legales no esconden nada polémico ni han versado sobre asuntos controvertidos como el aborto, las armas, la pena de muerte, el matrimonio gay o los poderes ejecutivos- entrará por la puerta grande de la Historia, y con mayúsculas, al ser la primera hispana -que no mujer, en esa lista es la tercera- que se sienta en la Corte Máxima. Sí que tiene Sotomayor en su poder algún discurso polémico, como aquel en el que afirmó que una sabia mujer latina de origen humilde pero con experiencia en la vida tenía menos posibilidades de equivocarse, como juez, en sus dictámenes que un blanco que no ha tenido esa vida...

Porque de vida se trata. Parecería como si Barack Obama hubiera tenido en mente a Sotomayor cuando dijo que para reemplazar al saliente juez David Souter quería a alguien con "empatía" y "en contacto con la calle y con la realidad". De todo eso tiene, y mucho, Sotomayor. Como ayudante del fiscal del Distrito de Nueva York, Robert Morgenthau, en los años ochenta, la entonces joven litigante se enfrentó a una ciudad devorada por la droga, con una ola de crimen creciente.

Abandonó la fiscalía para ejercer durante unos años el derecho privado en la firma de abogados de Manhattan, Pavia & Harcourt. Pero los grandes titulares se los dio su trabajo ya como juez, al que llegó de la mano de un presidente republicano, Bush padre, que en 1991 la nombró juez federal para el Distrito Sur de Nueva York (aunque su nombre fue propuesto por el senador demócrata Patrick Moynihan, en virtud del pacto de alternancia que existía en ese Estado entre los senadores republicanos y demócratas).

En aquella época Sotomayor se ganó el apodo de "la juez que salvó al béisbol" y dictó una de sus más sonadas sentencias -¡por la que fue comparada con el gran Joe DiMaggio!-. La juez acabó a golpe de sentencia en 1995 con una prolongada huelga que estaba haciendo agonizar al béisbol y a la ciudad de Nueva York, fanatizada con ese deporte, al dar la razón a los jugadores y dictaminar en contra de los dueños de los clubes y obligarlos a reiniciar los partidos.

En 1997, el entonces presidente Bill Clinton le nombró juez federal de apelaciones, el puesto que ocupa en la actualidad. Pero el Senado tardó más de un año en confirmarla debido a la oposición de los republicanos, que vieron en la decisión presidencial una maniobra para catapultar después a Sotomayor al Supremo. Por la historia sabemos que eso nunca sucedió. La niña que soñaba con ser juez ha tenido que esperar a que un presidente con una trayectoria como la suya, testimonio vivo del sueño americano, le facilitara el camino hasta el Tribunal Supremo.

Ningún latino, ni mujer ni hombre, había llegado nunca tan lejos dentro de las instituciones de este país.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_