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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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Polarización inducida

Pues, señor, ahora resulta que somos, de lo que antes llamábamos Europa occidental, el país con un sistema de partidos más estable y con un electorado más fiel. Nadie lo hubiera dicho cuando comenzamos a votar, allá por 1977, y un buen plantel de sabios politólogos anunció el retorno de un sistema pluripartidista polarizado que nos arrastraría a un caos ingobernable. Pero lo cierto es que en todo este tiempo hemos ido fabricando un sistema que a medida que avanzaba hacia el bipartidismo -dos partidos se han repartido en las elecciones europeas algo más del 80% de los votos y cerca del 90% de los escaños- se ha vuelto más polarizado. Los politólogos en cuestión erraron sobre lo primero y acertaron plenamente en lo segundo: sólo dos, aunque muy polarizados.

Ocurre, sin embargo, que se trata de una polarización inducida, producto de la acreditada estrategia conocida como la crispación, basada en el supuesto de que el partido X sólo puede obtener la victoria si logra que un sector de los habituales votantes del partido Y se abstenga de acudir a las urnas o vote en blanco. Para conseguirlo, el partido X trata de evitar que los suyos se dejen dominar por la melancolía, se desmoralicen y no vayan a votar, denunciando las corrupciones y anunciando las catástrofes que nos esperan si gana el partido Y.

En respuesta especular, el partido Y se emplea a fondo para sacar a los suyos de la abulia atribuyendo al otro todos los males que nos acucian en el presente y... denunciando las corrupciones y anunciando catástrofes mayores para el futuro si gana el partido X.

Así, las campañas electorales ponen a la vista del personal todas las miserias del conjunto de la clase política -un terreno donde hay para dar y repartir- con lo que se garantiza un nivel de crispación suficiente para que la gente, apiadada de su partido, al que todo se le consiente, y temerosa del contrario, al que nada se le perdona, vaya a votar. Todo consiste en denunciar corrupción y despertar miedo; ninguno trata de ganar; los dos tratan de no perder.

Esta perversa estrategia de crispación, esta necesidad que sienten los líderes políticos de "tensionar la campaña", como dijo el presidente del Gobierno en cierta ocasión, ha tenido un efecto curioso: ha consolidado al alza el porcentaje de votos y de escaños de los dos grandes partidos de ámbito estatal. Con lo cual nos encontramos con la segunda peculiaridad de nuestro sistema político si se compara con los de nuestro entorno europeo occidental: que en España la socialdemocracia aguanta mejor que en ninguna otra parte. Los partidos socialistas de Francia y de Reino Unido -uno en la oposición, otro en el poder- se han quedado en el 16% de los votos, empatado el primero con un partido ecologista, por debajo el segundo de un nuevo partido que se abre camino con una propuesta por la independencia británica de la Unión Europa. En Alemania la caída de los socialdemócratas es superior a la de la izquierda en Italia, pero ambos han quedado muy por debajo de la derecha y a gran distancia de sus homólogos españoles. Excepto en España, la socialdemocracia europea atraviesa su segunda gran crisis tras la caída del muro de Berlín, cuando tantos profetas la dieron por acabada o anunciaron su inminente fin.

De manera que es casi inevitable que nadie en España, como resultado de estas elecciones, abra un periodo de reflexión que plantee al menos, como lejana hipótesis de trabajo, la posibilidad de hacer las cosas de otra manera, inspirándose, por ejemplo, en la manera Obama de competir. La oposición porque ha ganado y el Gobierno porque, en comparación con lo ocurrido en Europa allí donde los socialistas gobernaban o eran oposición, ha aguantado, los dos se muestran encantados con el resultado electoral y satisfechísimos por sus abominables campañas.

Y mientras así se congratulan, de la Unión Europea, ¿qué? Pues de la Unión Europea, nada. Las elecciones eran nacionales y se han resuelto en clave nacional: el PP ha conseguido lo que intentó sin éxito en las generales: que los votantes del PSOE se abstuvieran en mayor medida que los propios. Lo que tal vez nunca pueda aclararse es si ha sido así por los méritos de su campaña o por los deméritos de la del PSOE: el alemán-lobo feroz, el avión Falcon, la joven de 16 años que aborta a escondidas de mamá y de papá, la conjunción de estrellas que nos aguarda en el planeta Tierra y otras lindezas de idéntico calibre, todas, eso sí, muy de izquierdas, muy progresistas, anunciadas para que no decaiga la crispación.

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