Los 'okupas' de Jehová
La pelota está en el tejado de Netanyahu y su Gobierno extremista. Obama le ha cantado las verdades del barquero en Washington, donde le recibió el 18 de mayo, y en El Cairo, donde pronunció hace una semana el discurso a los árabes y musulmanes. Lo ha hecho además en público, como hay que suministrar las regañinas, para ejemplarizar y obligarse luego a sostener el reto. Israel tiene prohibido atacar a Irán por su cuenta. Debe congelar los asentamientos israelíes en Cisjordania, atendiendo a la fórmula redundante que le repiten todos los enviados norteamericanos: "Congelar es congelar". Y está comprometido con la Hoja de Ruta, el camino a la paz trazado nada menos que por Bush en 2003, que obliga al reconocimiento de un Estado palestino viable al lado del israelí.
Una derrota de Ahmadineyad, como la de Hezbolá en Líbano, no es lo que más le conviene a Netanyahu
La primera reacción ante tanta exigencia ha sido la de marear la perdiz de la constante expansión israelí en Cisjordania y Jerusalén. Congelación sí, pero con la excepción del crecimiento demográfico. Una vez denunciada la treta, se ha sustituido su mención por la vida normal, que incluye naturalmente la formación de nuevas familias necesitadas de viviendas independientes. Estos matices pertenecen a una larga tradición. En los inicios de los asentamientos sobre los territorios conquistados militarmente con la Guerra de los Seis Días (1967) se distinguía entre los de seguridad, a los que se les suponía un papel militar, y los políticos, impulsados por la utopía expansionista del Gran Israel. Las discusiones sobre la construcción dentro de los límites de los actuales asentamientos o la eventualidad de ir adosando nuevas viviendas fuera de su perímetro jamás han servido para frenar su crecimiento, que alcanza casi a medio millón de israelíes instalados en territorio palestino, entre los que hay personalidades tan insignes como el ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman.
La tracción de los asentamientos es ideológica y religiosa: desbordar la legalidad de los hombres hasta recrear el Israel bíblico prometido por Jehová sobre Judea, Samaria y obviamente Jerusalén entero. Es también económica y demográfica: ha servido para asentar y dar medios de vida a las nuevas oleadas de judíos de la diáspora, sobre todo los originarios de Rusia. Pero tiene también una funcionalidad política: acumulan capital para una futura negociación y son un medio de presión sobre el Gobierno israelí que tenga que protagonizarla. Con un umbral quizás ya alcanzado: con las vías de comunicación segregadas, el recorrido del muro de separación y los controles y zonas militares reservadas, el Estado palestino se convierte en una piel de leopardo de dudosa viabilidad y el desalojo de tantos millares de colonos en una empresa inabordable para cualquier Gobierno israelí.
Junto a las familias de colonos instaladas de larga data, ha crecido una nueva generación de okupas, más fanáticos que sus mayores, que improvisan colonias precarias, aunque sea durante las vacaciones o los fines de semana. Se les conoce como los jóvenes de las colinas y son una fuerza de choque territorial perfecta, puesto que sus asentamientos avanzados u outposts funcionan como moneda de cambio que el Gobierno ofrece ante las exigencias de congelación. La gran mayoría de estos asentamientos son meros señuelos, que la policía o el Ejército desmontan con gran espectáculo, y sus constructores vuelven a levantar en el mismo lugar o en otro no muy lejano en cuanto les dejan solos. La energía de los colonos y sus retoños, su peso en el Ejército y en el Gobierno y la influencia de sus ideas y ensueños en la ideología compartida por buena parte de la sociedad israelí, no dan pie al optimismo a la hora de pensar en la viabilidad de esta exigencia de Obama, que constituye ahora mismo el meollo de la paz.
Netanyahu ha anunciado con gran pompa que el domingo dará su respuesta al presidente norteamericano, algo que le obliga a empezar a ceder, aunque sea muy modestamente, y con suficientes reservas y precauciones como para no romper su coalición. A estas horas debe estar negociando la jugada con su socio, el xenófobo Lieberman, partidario de expulsar a los árabes de Israel y de mantener y ampliar si cabe todos los asentamientos. Cuando pronuncie su discurso en la universidad Bar-Ilan los iraníes habrán ido a las urnas en primera vuelta. Una derrota de Ahmadineyad, como la de Hezbolá en las elecciones libanesas, no es lo que más le conviene a Netanyahu, que ya ha utilizado el espantajo del Irán nuclear para responder a los ímpetus de Obama. Pero este consumado negociador no tiene más remedio que meter en sus cálculos que la suerte le abandone a él y a sus okupas y Jehová eche por una vez una mano a quien, a fin de cuentas, también le invoca en sus discursos con no menos fervor que sus devotos de las colinas.
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