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Ninfas y sátiros

Antonio Elorza

En la década de los veinte, el humorista Luis Bagaría realizó para el diario El Sol una serie de viñetas en las cuales sacaba a la luz un turbio asunto de abuso de poder, tema vetado por la censura para los comentarios escritos. Se trataba de la protección dada, a costa de un juez, por el dictador Primo de Rivera a una coima apodada La Caoba, cuyo eco seguirá resonando en una canción hasta mediados de siglo: "La llamaban La Caoba por su pelo colorao...". Una de las tres viñetas, titulada Dibujo de almohada, era muy sofisticada, con un caracol trepando por una rama rota, y si hoy podemos entenderla es porque fue publicada la explicación de su enigma en La Nación, de Buenos Aires. Otra, en cambio, era bien simple: Ninfas y sátiros, rezaba su pie. Ambas completaban el cuadro crítico dirigido contra un personaje cuyo régimen ensalzaba los valores de la España eterna y las virtudes de la mujer y de la familia española, al tiempo que él hacía de su entrega al sexo el emblema de su prepotencia y su disposición a aplastar la legalidad y la justicia.

Berlusconi hace de su imperio privado de placer y sexo el espejo de su monopolio de poder

Algo parecido sucede hoy con el italiano Berlusconi. Aunque su control absoluto sobre las leyes y los mecanismos judiciales proporcione amparo a su explicación de que lo que está en juego es su privacy, en realidad los episodios encadenados de Noemí Letizia y de Villa Certosa nos sitúan ante el contenido profundo de su acción de Gobierno: una inequívoca orientación hacia el despotismo.

Todo vale con tal de consolidar su poder. Nadie había pensado hasta ahora que para unos comicios de nivel inferior la lista electoral pudiera estar encabezada por el primer ministro, que obviamente no va a ocupar el cargo que obtendrá tras el voto. Imaginemos una lista electoral socialista para alcalde de Toledo con Zapatero a su cabeza con el fin de obtener más votos. Pues bien, Berlusconi ha figurado a la cabeza de las cinco listas electorales de su partido para estas europeas. Así pedía el voto con el objeto de suscitar un plebiscito aprobatorio de su gestión. Fraude de ley. No le importa.

Tampoco retrocede una y otra vez ante la mentira. Hoy jura sobre la cabeza de sus hijos por la inocencia de Noemí, de igual modo que lo hizo antes en falso por Fininvest. Ningún episodio le retrata mejor que el de su edición fraudulenta de la Utopía de Tomás Moro, cuando iba forjando su imagen de creador imaginativo de riqueza. Pensó que el historiador Luigi Firpo había muerto y ni corto ni perezoso publicó bajo su propio nombre la traducción y el estudio preliminar de Firpo. Mala suerte. Firpo descubrió el fraude y Berlusconi entonces se empleó a fondo para conjurar el peligro, según narró con reproducción de cartas en facsímil la viuda del gran especialista. Desde intentos de soborno con maletas de piel de cocodrilo llenas de billetes de 100 dólares hasta misivas lacrimógenas: "Por favor, profesor, no me arruine". Pero al final no fue denunciado.

Como correlato, la mayoría de las leyes de sus gobiernos son promulgadas en tanto que decretos, para evitar así el debate parlamentario. La oposición nunca es un interlocutor, sino el destinatario de un permanente ejercicio de grosera descalificación, que Berlusconi puede llevar a cabo impunemente porque son escasos los medios que como el diario La Repubblica están en condiciones de informar con libertad.

Nada más penoso que los dos últimos programas de Porta a porta, en RAI 1, donde el presentador Bruno Vespa fue servil auxiliar de las declaraciones de Berlusconi. En el segundo, iniciado con una exposición de los grandiosos logros del Gobierno de Berlusconi en el último año, se le ocurrió a Vespa una leve objeción, apuntando que ya Prodi había iniciado el cambio en política de inmigración. Mentira, replicó tajante el amo. Berlusconi pudo despacharse a gusto y sin límites sobre los éxitos propios, así como la perversidad y estupidez de sus adversarios. Todo un complejo de medios públicos y privados le sirve, la mayoría por ser suyos, ante la amenaza.

En la Italia de Berlusconi, la isegoría, la capacidad de acceso libre de los ciudadanos a la palabra, está día a día siendo sofocada, en tanto que la oposición débil del Partido Democrático rechaza caer en el antiberlusconismo, y tal vez ésa sea una clave de su descenso electoral y del auge de la intransigente Italia de los Valores de Di Pietro. Menos mal que el plebiscito personal del 40% anunciado para las elecciones de anteayer le ha fallado al supuesto Cavaliere.

Así es como Silvio Berlusconi ha reproducido en Villa Certosa uno de los rasgos definitorios del despotismo, cuyo modelo para Montesquieu fue el Imperio Otomano. El sultán era también el gran semental. Como señor absoluto encuentra en el harén el espacio emblemático donde desplegar su poder ilimitado, que su heredero, según conviene a los tiempos, convierte en espectáculo, con sus juegos de sátiros y ninfas. Cerrado eso sí hacia el exterior.

Las fotos conocidas serán "inocentes", pero no dejan de ser elocuentes, en particular aquella donde él pasea al lado de una mujer vestida de desnudo, con unos senos perfectamente visibles. Por no hablar de la exhibición del reaccionario Topolanek, enlazando sexo y relación política.

El Vaticano calla, mientras Berlusconi hace de su imperio de placer y sexo reservado a los suyos el espejo de su monopolio de poder sobre toda Italia. ¿No es esto política?

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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