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Análisis:ANÁLISIS | ELECCIONES EUROPEAS | Los resultados
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Europa siempre pierde

José María Ridao

Las dificultades para analizar los resultados de ayer proceden de que estas elecciones europeas se han interpretado en todas las claves posibles, excepto en aquellas para las que fueron convocadas. En nuestro país, Europa sólo ha sido la coartada para que Gobierno y oposición sigan chapoteando en su peculiar agenda, que no se compone de propuestas políticas de alcance europeo sino de acusaciones cruzadas. Y, tras conocerse los resultados, tampoco se han esforzado en proyectarlos sobre el futuro de la Unión, sino que se han conformado con una lectura interna, como si las elecciones al Parlamento de Estrasburgo no fueran otra cosa que una macroencuesta para conocer la marcha de la legislatura.

Los ciudadanos empiezan a relacionar la abstención con la crisis del proyecto europeo

El fantasma de la abstención era tan sólo la primera de las dificultades a las que debía enfrentarse el proyecto de la Europa unida durante los próximos meses, y no ha salido bien parada. La segunda es el referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa, que podría cegar definitivamente la vía de mínimos con la que se trató de sortear la parálisis tras la negativa de Francia y Holanda a la Constitución europea. Pero en las últimas semanas ha surgido, además, una tercera dificultad imprevista: la rebelión de los diputados laboristas contra el primer ministro Brown podría dejar paso a un Gobierno militantemente euroescéptico en Reino Unido.

Las elecciones celebradas ayer no han sido ni mucho menos las únicas en las que se han producido elevados índices de abstención, pero sí, tal vez, las primeras en las que los ciudadanos han empezado a relacionarlos con la crisis del proyecto europeo y su incapacidad para dar respuesta a las preocupaciones económicas. La lengua de madera con la que hasta ahora se explicaba -y, hasta cierto punto, se justificaba- el desinterés de los ciudadanos por la composición del Europarlamento ha dejado de servir. Y lo que se impone es la búsqueda de nuevos argumentos y, sobre todo, de algo que los Veintisiete no han intentado: soluciones para un problema que, como la abstención, conviene tomarse en serio.

Los partidos socialdemócratas de Europa han concurrido a estas elecciones con un documento común, que debía inspirar las distintas campañas nacionales. Y otro tanto han hecho los conservadores. Pero más allá de este gesto, ni unos ni otros han dado a conocer sus programas ni han planteado una campaña realmente europea, con actos transnacionales para apoyar las respectivas opciones. Si ninguna fuerza política se propone cambiar estos datos de partida, es indiferente que en España gane el Partido Popular porque, a fin de cuentas, pierde Europa. Lo mismo que habría perdido Europa si, sobre las mismas premisas, hubiera ganado el Partido Socialista. Mientras las elecciones europeas no sean, en efecto, europeas, Europa siempre pierde.

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