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Columna
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El futuro de la información

Un fantasma recorre el mundo civilizado, incluidas determinadas partes de los Estados Unidos. Dicen que esto que estamos haciendo, ustedes y yo, está muerto, o agónico. Lo de escribir/leer en papel. No sería raro. Mi generación no ha visto naves en llamas más allá de Orión, pero sí nacer y morir soportes de información, como el casete y el disquete, y muy probablemente asistirá a la desaparición del CD. Parece ser que ahora los jóvenes no compran periódicos (aunque no recuerdo que lo hayan hecho nunca demasiado) y, sin relevo generacional, a la prensa le pasará como al gallego (al idioma): desaparecerá. Los que ven a lo lejos, los televidentes, sostienen que también la televisión morirá a manos de internet. Yo nunca pienso en el futuro, porque como decía Einstein, llega enseguida, pero en lo que respecta al presente, tengo claro que el periodismo está más vivo que en ninguna otra época.

La hora de trabajo de un periodista se paga igual que hace siete años, a una media de 8,20 euros

De hecho, jamás se ha consumido tanta información. La paulatina pérdida de compradores de periódicos es un fenómeno como la evaporación, comparada con la creciente marea de lectores de las ediciones digitales. La de The Guardian la leen diariamente fuera de Gran Bretaña 29 millones de personas, una audiencia que en los quioscos supondría que uno de cada dos británicos comprase el periódico. Tampoco desciende el consumo de televisión (aunque en este caso no tengo claro que sea un fenómeno positivo). La crisis está, pues, en el modelo de negocio. Una opción es obtener ingresos de esos lectores no compradores. Robert Murdoch, que de tener beneficios con los medios sabe un rato, ha anunciado que afrontará el problema cobrando por los contenidos de las ediciones digitales. The New York Times está recorriendo el camino inverso. Después de implantar TimeSelect, una aplicación por la que cobraba el acceso a las columnas de opinión, y con la que obtuvo 200.000 suscriptores y 10 millones de dólares de ingresos, la ha desechado porque calculó que obtendrá más dinero con la publicidad generada con el acceso libre.

La otra alternativa es ofrecer algo distinto de lo que hay en internet, y a ser posible mejor, que a los lectores les merezca la pena pagar. De esta no se me ocurren ejemplos. Mientras no se despeja el debate teórico y ante la apretura de la práctica diaria, las empresas recurren a una tercera vía, un tanto contradictoria: por una parte defienden las virtudes de los periodistas profesionales a la hora de interpretar y jerarquizar la información y, por otra, ahorran en personal. Si la primera hipótesis es cierta (y creo que lo es, aunque fuera de los medios tradicionales hay excelentes profesionales y aficionados más que buenos), no puede serlo la segunda. "Si reduces la cantidad de dinero invertida en la redacción, en muy poco tiempo el producto noticioso llega a ser tan malo que comienzas a perder dinero", asegura la decana de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Misuri, Esther Thorson.

No sólo eso. "Hoy, el público ya no le pide al periodista que le reduzca las complejidades del mundo para poderlas comprender mejor; por dos razones: 1) ya no confía en él, 2) sabe que el mundo es demasiado complejo como para que baste con una sola interpretación o una opinión maniquea artificialmente tajante. Lo que le exige al periodista es exactamente lo contrario. Le pide que le ayude a ver el conjunto de los contenidos en su diversidad y en su contradicción, que le muestre el más amplio espectro de interpretaciones posibles", considera Gérard Ayache, de la Universidad de París. (Donde pone "periodista", lean "medio", porque creo que tampoco en Francia, pero desde luego aquí no, son los periodistas los que determinan los productos informativos).

Afortunadamente, en Galicia no tenemos esos problemas. Se sigue consumiendo lo que hay, con mayor o menor entusiasmo, y aunque estemos en época de vacas flacas, los animales (los periodistas, con perdón) están acostumbrados a comer poco (la hora de trabajo se paga igual que hace siete años, una media de 8,20 euros, algo menos de lo que cobra una empleada de hogar) y a trabajar en cualquier tipo de condiciones (en 2002, el 11% de los profesionales no tenía una mesa de trabajo propia. Hoy, los periodistas nómadas son el 16%). Y además, los ganaderos (de la información) confían en que si la Xunta ha echado históricamente una mano en los tiempos de vacas gordas, no la va a retirar ahora, cuando más falta hace. Así que el futuro se puede poner como quiera. Carpe diem. Ya lo adelantó en su día Paul Valéry: "El problema de nuestros tiempos es que el futuro ya no es lo que era".

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