Europa, la crisis y la política
La pretensión del PP de blanquear en las urnas a sus dirigentes imputados es una verdadera subversión del Estado de derecho de todo punto inadmisible. El presidente valenciano Francisco Camps será condenado o no. Pero esto lo decidirán los jueces y nadie más que los jueces. No los ciudadanos con su voto. A cada cual el papel que le corresponde en el sistema constitucional. Extraños tiempos estos en que hay que recordar lo evidente.
La actuación de Rajoy en los problemas de corrupción del PP está informada por un sorprendente grado de parcialidad, impropio de quien se supone que es el presidente de todo el partido. Es extremadamente sospechoso que los imputados del PP por un mismo caso reciban trato diferenciado según sean de Madrid o de Valencia. Rajoy está hipotecando su suerte a la de Camps hasta tal punto que no es extraño que circulen todo tipo de especulaciones. Algún día tendrá que dar explicaciones por esta manifiesta discriminación. Pero siendo esto grave, no deja de ser un asunto interno del partido. Si los militantes del PP se sienten cómodos con la doble vara de medir de Rajoy es su problema. Pero buscar en las elecciones la solución a las cuitas judiciales de algunos de sus compañeros de partido es una desnaturalización de la democracia que sólo puede entenderse en clave populista.
La impotencia de la política frente a una economía globalizada es fuente de graves disfunciones
Puestos a recordar, habrá que decirles a nuestros responsables políticos -y aquí la desmemoria de Rajoy es compartida por los demás partidos- que estamos ante unas elecciones europeas en un momento en que Europa se juega buena parte de su futuro. La crisis ha pillado a Europa en un pésimo momento, cuando la fractura de la guerra de Irak aún no ha sido cerrada y la ampliación no ha sido debidamente asumida. En un mundo en que la impotencia de la política, que sigue siendo nacional y local, frente a una economía plenamente globalizada, es fuente de graves disfunciones, Europa ha sido incapaz de actuar como una verdadera realidad política supranacional. Hasta tal punto que podría ser la gran perdedora de la crisis, con una seria disminución de su peso e influencia en el mundo. Sin embargo, a nuestros políticos este debate les tiene sin cuidado. El PP quiere aprovechar el voto de castigo al PSOE, para obtener un resultado que le permita pedir un día sí y otro también que Zapatero convoque elecciones anticipadas. Y, de paso, pretender que ha blanqueado a sus imputados. Y el PSOE, sabedor de que afronta unas elecciones ideales para la deserción de los suyos, frustrados por el estado de desconcierto permanente en que Zapatero les tiene sumidos, buscan un resultado ajustado que abra de nuevo la querella sucesoria en el PP, cada vez más a expensas de que el globo valenciano explote o no.
Cuando la crisis financiera ya ha derivado plenamente en crisis económica y se vislumbran los riesgos de una crisis social, es legítimo preguntarse qué pasará cuando la crisis llegue a la política. La estabilidad institucional que el país ha ido acreditando podría hacer pensar que los riesgos son limitados y que a lo sumo lo que puede producirse es la alternancia política. Pero la democracia no se mide sólo por la posibilidad del cambio de gobierno. Y se debilita cuando la vida política se deteriora sin que nadie haga nada para evitarlo.
Derecha e izquierda, quiérase o no, viven lastradas por el hundimiento de una hegemonía ideológica que, en cierto modo, compartieron. La derecha, porque era la suya. Mientras en todas partes se ingenian rectificaciones, la derecha española sigue empeñada en las recetas que han llevado al desastre. La izquierda, para reconquistar el poder, abandonó buena parte de su capital socialdemócrata y se adaptó al ritmo que marcaba el viento ideológico que venía del Oeste. Por eso, ahora, se ha quedado sin palabra. Carece de referencias para pensar el futuro y no sabe como reciclar el material político e ideológico que dejó tirado hace un cuarto de siglo.
¿Cuál puede ser la salida política de la crisis? Se me ocurren tres escenarios posibles: la renovación democrática, el populismo, el totalitarismo de la indiferencia o el neofascismo. Tal como se comportan políticamente nuestros dirigentes y nuestros ciudadanos todo induce a pensar que España se moverá entre el populismo y la indiferencia. Ni los zigzagueantes ejercicios políticos de Zapatero, cada vez más concentrado en el ejercicio personalista del poder, ni el populismo de Rajoy, decidido a sustituir la justicia por las urnas, son promesa de la renovación democrática deseable. En cuanto al neofascismo, Michela Marzano ha advertido sobre el camino que está tomando la política en Italia, con el Estado tomado por Berlusconi. Desgraciadamente, con modelos como éste, todo es empezar.
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