El legado de Amparo sigue vivo en Nepal
Un galardón, el Amparo Award, homenajea la memoria de una valenciana que se distinguió por la defensa de los derechos de la mujer en Asia
Hay personas que desprenden tal energía y convencimiento en lo que hacen que su trabajo les sobrevive. Algo así como si toda esta pasión y esfuerzo imprimiera a su legado una inercia imposible de parar. Y que impulsa a las personas que la conocieron a tomar el testigo y continuar su tarea. Esto es lo que ha sucedido con Amparo Tomás, una valenciana que se volcó en la lucha por los derechos humanos en Asia y, especialmente, en el de las mujeres de Nepal.
Falleció en Valencia en un estúpido accidente -fue atropellada por el tranvía- a los 33 años en noviembre de 2005, pero su trabajo sigue a través de un galardón internacional, el Amparo Award, que premia a las mujeres nepalíes que se han destacado en la defensa de los derechos humanos de la mujer en el mundo rural y que impulsó Ian Martin, representante especial de la ONU en Nepal y colaborador de la activista valenciana.
En Filipinas luchó por las condiciones de vida de los presidiarios
Amparo hubiera podido aprobar la oposición más compleja o el proceso de selección de la multinacional más exigente. Lo cuenta su hermano Mario -"era una persona brillante"- y lo confirma su trayectoria académica. Estudió Ciencias Políticas y al acabar accedió a la carrera diplomática, una de las oposiciones más duras que existen. Sus capacidades incluso llamaron la atención del Centro Nacional de Inteligencia, que la tanteó, como recuerda divertido Mario. Pero las inquietudes de Amparo se dirigían hacia una dirección muy distinta.
Con el título recién conseguido y la posibilidad de comenzar una tranquila carrera profesional en la diplomacia española, Amparo dio un golpe de timón a su destino y se presentó a unas oposiciones para ser funcionaria de la ONU.
Se las sacó, claro. Y eligió Asia como destino. El primer lugar donde aterrizó fue Manila (Filipinas), donde "lo pasó muy mal, fue la peor experiencia de su vida", relata Mario. Se empeñó a fondo en denunciar cómo malvivían los presos en las cárceles filipinas, una labor en la que encontró la ayuda del presidente del tribunal supremo del país y la firme oposición del Gobierno filipino. "Llegó a presentarse en una prisión con un fotógrafo para recabar testimonio gráfico del trato que recibían los condenados y cómo malvivían entre rejas", apunta su hermano. Todo ello no le sentó nada bien al gobierno filipino, que aprovechó unas vacaciones de Amparo para nombrarla persona non grata e impedir su regreso al país.
La ONU le ofreció entonces un puesto tranquilo en la sede de Ginebra, pero ella prefirió acudir a Nepal. Desde allí viajó por todo el sureste asiático -Sri Lanka, Indonesia, Laos, Camboya, Birmania- donde fue tomando conciencia de las dificultades de las mujeres en estos países. "A partir de entonces piensa que el problema de Asia es la situación de la mujer y que hay que empezar por ahí", señala Mario.
Mientras aumenta su espíritu crítico hacia la ONU por lo que ella entiende una actitud tibia frente a los problemas, es movilizada hacia Indonesia por el Tsunami. Allí sufre un nuevo desencanto con la forma de reparto de las ayudas, que denunció a sus jefes, lo que derivó en un mayor recelo hacia la organización, que trató de neutralizarla con un puesto burocrático, esta vez en Nueva York. Harta de decepciones, Amparo abandonó el cargo y decidió establecerse por su cuenta, como consultora independiente en Nepal. Allí su antiguo jefe en la ONU, Ian Martin, la apoyó, le dio cobertura logística y siguió trabajando con ella hasta que falleció.
El legado de Amparo sigue vivo gracias a sus colaboradores, que impulsaron el premio, pero también por su familia, que desea consolidarlo, construir una escuela rural en Nepal y conceder una beca anual para que una mujer nepalí se forme en derechos humanos. Todo en su memoria.
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