Afectos
Era hace unos cuantos años, tres exactamente, cuando el Barça volvía a una final de la Liga de Campeones después de que nuestra última presencia acabara con una sonora derrota y otros efectos colaterales que finiquitaron un proyecto que había llenado de orgullo a toda una generación de seguidores culés. Desde Atenas, el Barça no había estado en la gran final del fútbol europeo y la junta directiva tuvo a bien invitar a aquellos mosqueteros que consiguieron llevar a las vitrinas del Camp Nou la única Copa de Europa de su historia.
Esas citas con antiguos compañeros sirven para ponerse al día de cómo le va a cada cual, para comparar el estado físico y químico de cada uno y sus respectivas familias, y permiten el tráfico de recuerdos y anécdotas. Mi hijo todavía recuerda el inmenso atasco en la autopista que nos llevaba al estadio Saint Dennis y que estuvo a punto de hacernos perder el inicio del partido. Recuerda Luken que en la rampa de entrada un reventa inglés nos ofrecía unos miles de euros por la entrada y, ante mi pregunta de si hacíamos caja y nos íbamos a un bar a ver el partido tranquilamente, su contestación fue que estas cosas se viven una vez y no tienen precio.
Se me ocurrió que aquel chaval llamado Sergio era demasiado alto para lo que suele ser un '4' del Barça
La cosa es que nos fuimos acercando a nuestra localidad mientras le contaba alguna batallita que me unía al estadio que acogía la final, no en vano el primer gol en él me lo había marcado Zidane, cuando divisé en mi misma fila a Carlos Busquets. Abrazos, preguntas rutinarias y presentaciones de nuestros vástagos: aquí Luken, aquí Sergio y Aitor. Era aquel Sergio un chaval delgado y alto que llevaba un brazo escayolado y que comenzaba su caminar vestido de blaugrana en el juvenil A. Por su físico alto y delgado junto con el brazo lesionado, pensé que defendía los palos de la portería siguiendo la estela familiar, pero ya se encargó él de sacarme del error para vestirse con ese 4 que define tan bien el juego del Barça. Se me ocurrió que era demasiado alto para lo que el arquetipo de la escuela blaugrana había sacado hasta ese momento. Nos sentamos juntos en nuestras localidades y nos preparamos para sufrir, para gozar, para vivir esa experiencia única.
Ya saben cómo acabó aquello, con la segunda Copa en el museo del Barça, y también saben qué ha sido de la carrera de aquel chaval llamado Sergio. Me decía Pep que era increíble la rapidez con la que se había adaptado a la categoría, la facilidad con la que el juego fluía por sus pies como si en el ADN de todos estos mediocampistas de la pedrera culé estuviera inscrito el chip del juego a un toque, a dos como mucho, desde la posición, buscando el primer, el segundo o el tercer hombre. Cultura futbolística y genética.
De todo ello mi memoria me avisaba cuando el 28 blaugrana saltaba al césped de Stamford Bridge en la vuelta de las semifinales. De todo ello hicimos repaso cuando salía tras el partido, recién duchado, fatigado y sonriente, que colocaba al Barça en la final.
Treinta y seis meses desde la grada hasta el protagonismo del césped. Como diría Antoni Bassas en el título de su libro, de estar a Un palm de la gloria a tener un papel protagonista en la historia. Quién mejor que Sergio para representar a todos ésos que desde las gradas del Olímpico de Roma llevarán su aliento y su calor a sus gladiadores blaugranas. Otra vez, Luken, el asunto es de ésos que no tiene precio. Habrá que estar allí para verlo... y, si podemos, contarlo.
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