¿Por qué los etarras confiesan y los 'yihadistas' no?
Algo falla. Porque de lo contrario no se explica que en las últimas operaciones contra el terrorismo yihadista, como la Nova, la Sello, la Alepo o la Tigris, entre otras, hayan resultado absueltos más de la mitad de los acusados.
Tras el fiasco de la Tigris -10 de los 14 procesados acusados de haber ayudado a huir a Mohamed Afalah, Daoud Ouhnane, Said Berraj, Othman el Mouhib y Abdelilah Hriz, que eran miembros del grupo terrorista al que pertenecían los autores materiales de los atentados del 11-M fueron exculpados-, un colega del País Vasco me preguntó por qué los etarras confiesan y los yihadistas, no. Y añadía: "Cuando las fuerzas de seguridad detienen a los miembros de un comando de ETA, al poco tiempo se sabe el lugar donde guardan las armas y los explosivos, y alguno de ellos delata a sus compañeros, aunque luego alegue haber sido torturado". Esto no ocurre con los yihadistas, que raras veces reconocen su participación en los hechos que les imputan. ¿Cuál es la razón?
Sería conveniente redefinir el concepto de organización terrorista
He trasladado la pregunta a varios jueces de la Audiencia Nacional que son los que se enfrentan a estas situaciones. No siempre es igual, dicen, pero en el caso de ETA no hace falta probar que existe una organización terrorista. ETA está ahí, tiene contornos definidos, armas y explosivos y se sabe lo que busca. Nadie cuestiona que son terroristas.
Con los yihadistas nos encontramos con movimientos radicales islamistas, donde es difícil demostrar que son organizaciones terroristas. Es cierto que defienden ideas religiosas radicales y hasta violentas, pero eso no basta para acreditar el carácter terrorista, porque no se puede criminalizar las ideas.
Luego, con los comandos de ETA suele haber armas, explosivos, zulos e incluso documentos. Algunos confiesan su participación y la de sus compañeros. Con los yihadistas sólo suele haber indicios: las vinculaciones entre ellos, teléfonos, agendas comunes, libros y material de contenido radical islámico; a veces, envío de fondos para sostener la yihad. Pero esos indicios son ambiguos, porque se pueden valorar de una forma u otra. Y no hay que olvidar que los más radicales antes que una detención prefieren inmolarse. Hay una fuerte dependencia de la colaboración internacional, y determinados países no siempre cooperan.
Ante perfiles tan difusos, los yihadistas disponen de un terreno especialmente bueno para "marear la perdiz". Son liantes, reconocen cosas a medias y tratan de enredarte, admiten por ejemplo que mandaron dinero a Pakistán o Irak, pero no para financiar el terrorismo, sino para ayudar a un familiar. "La sensación", dice uno de ellos, "es como si un pícaro te tratara de vender un bolso de cocodrilo. Mire señorito, qué piel tan buena...". Como muchos proceden de la delincuencia común, del menudeo con drogas, se manejan perfectamente con la policía y los jueces. Todo vale, incluso mentir o robar, prohibido en el islam, si con eso consiguen sus fines de ayudar a la yihad. Saben disimular y se apoyan constantemente en el idioma. Hablan español, pero siempre piden intérprete y lo lían todo alegando que hay defectos en la traducción. Así que como sostenía Chao Deng Ying, la esposa del que fue primer ministro chino Zhou En Lai: "Si queremos luchar contra los japoneses, habrá que aprender japonés".
Los etarras, en cambio, cuando ven que están pillados, pueden confesar ante la policía y el juez por estrategia procesal. A veces admiten delitos que no han cometido para ayudar a compañeros que pueden salir en libertad. Y siempre denuncian haber sido torturados, como un medio más de combate.
Por ello, aunque en la ley hay instrumentos más que suficientes para luchar contra ETA, sería conveniente una redefinición del concepto de organización terrorista y, como pedía la sentencia de la Operación Tigris, que el legislador acoja cuanto antes los delitos de provocación a la comisión de un delito de terrorismo, la captación y el adiestramiento de terroristas, definidos en la Decisión Marco del Consejo de la Unión Europea del 28 de diciembre de 2008.
De lo contrario, alguno de los absueltos puede tener la tentación de seguir los pasos de Allekema Lamari, el miembro del GIA que tras ser excarcelado por un error en el cómputo de sus penas, se integró en el comando que puso las bombas en los trenes de la muerte el 11 de marzo de 2004. Y como decía el escritor y autor teatral Noel Clarasó: "Morir por la patria es una gloria; pero son más útiles los que saben hacer morir por la patria a los soldados enemigos". Nos jugamos mucho.
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