El día que Valencia se volvió rojiblanca
"Esto no es Valencia, es Castellón. Tenéis que seguir por allí", decía un seguidor del Barça, entre risas, a unos aficionados del Athletic que circulaban por la capital valenciana en coche en la mañana de ayer. Era tal la marea rojiblanca que invadió la ciudad para la final de Copa que los culés que hicieron ayer su desembarco, pausado, parecían andar de puntillas, como para no hacer ruido entre tanto aficionado vasco. De ahí la broma, tomada con humor por el rival. Si el partido lo hubiesen jugado las aficiones respectivas y no once futbolistas contra otros once, el Athletic hubiese ganado más que por goleada. Será un tópico, pero no se hablaba de otra cosa ayer en Valencia.
"¿A qué hora empieza el partido?", preguntaba una vecina valenciana, poco futbolera, que caminaba por el centro de la ciudad a media mañana. "A las diez de la noche", le respondían. "¿Y ya van a aguantar?", insistía incrédula. Miles de seguidores del Athletic llevaban, como mínimo, un día largo ya en Valencia. La mayoría de ellos llegaron el martes. Y es que 25 años sin ganar una final copera merecían semejante desplazamiento en masa. Y ello a pesar de que más de la mitad llegaron sin entrada, y sin opciones de vivir en directo un momento histórico.
Por eso, al menos, decidieron viajar para sentir más próxima la Copa: "Vamos a ganar", decía convencido un joven aficionado rojiblanco a media tarde. "¿No lo crees?", seguía. Sin pensar en qué ocurriría sobre el césped de Mestalla, todos ponían sus esfuerzos en pasarlo bien. En definitiva el objetivo del viaje era ése. Hasta para muchos culés: "Si se puede ganar mejor, pero lo importante es pasarlo lo mejor posible, porque va ser un día inolvidable", decía un seguidor del Barça al pisar Valencia.
Si algo se echó en falta ayer en la ciudad fue el silencio. La peregrinación de leones y culés alteró por completo la cotidianeidad de los valencianos y llenó de anécdotas la jornada. Había aficionados por todas partes. En la estación de tren, en el aeropuerto, en las cercanías de Mestalla, en el centro, en el casco antiguo, por el Puerto, en cada terraza de bar,...
La marea rojiblanca ya había tomado la ciudad cuando empezaron a aparecer los seguidores del Barça. Que, pese a todo, no se amilanaban: "¿Para qué habéis venido? Si vais a palmar", decía, jocoso, un joven ataviado con la camiseta y la bufanda del Barça a un grupo de seguidores del Athletic. Ellos respondían con toda una exhibición de su capacidad pulmonar para hacer eterna la e del nombre de su equipo. Ambas aficiones pasaron el día jaleándose mutuamente. Todo, hasta la sencilla acción de cruzar un semáforo, era un motivo para hacer fiesta.
El éxtasis rojiblanco era máximo en el cauce del río Turia, donde había crecido su propia y efímera ciudad, Athletic Hiria, organizada por el club bilbaíno para acoger a los seguidores del equipo. Por allí pasaron a miles los hinchas vascos. En la carpa, cuando no había música, las pantallas retransmitían algún partido mítico, como la final de 1984, la última que ganó el Athletic, también contra el Barça. Allí se quedaron todos los aficionados rojiblancos sin entrada para disfrutar del partido a través de una pantalla gigante, entre su gente y con una cerveza. "Como en casa", decían todos. Lo que ocurrió después ya es historia.
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