Memorias de África
Creía que lo sabía todo acerca del valor y el miedo, especialmente del segundo, pero no conocía aún a Francis Macomber. Ese cazador de ficción, al que le vuela la cabeza durante un safari su mujer (liada con el white hunter profesional de turno) después de que el hombre se comporte cobardemente ante un león y se redima ante un búfalo, es el personaje del extraordinario cuento de Hemingway La breve vida feliz de Francis Macomber. No había leído nada tan clarividente sobre el tema del coraje (y su ausencia) desde Lord Jim. Debo su descubrimiento al diplomático, cazador y escritor Eduardo Garrigues, autor él mismo de una estupenda serie de relatos africanos (aún inéditos) entre los que hay uno sobre El Negro de Banyoles en el que aparezco yo mismo bajo el improbable nombre de Jaume Puigcercós. Dado que Eduardo, a la sazón embajador en Namibia, es el hombre que llevó el Negro a Botsuana para el entierro, comprenderán que su historia tiene morbo (¡y una insólita escena de sexo en Gaborone!). Figurar en un cuento junto al bosquimano se me hace extraño, aunque no salgo en el pasaje erótico.
El embajador que entregó El Negro de Banyoles le dedica un cuento
El miércoles me perdí medio partido del Chelsea para acudir, precisamente, a la presentación en Altaïr de una novela de Eduardo, Lluvias de hierba, en la que cuenta muchas de sus propias experiencias, de caza y otros lances, de cuando estuvo destinado en la Kenia post-Mau-Mau. No lamenté lo del partido porque Garrigues explica cosas sensacionales. Como lo de las borracheras de los elefantes con el fruto del árbol marula. O lo de las mambas. O aquello que le soltó antaño un flemático cazador profesional en Nairobi: "No me importa que te lleves a mi mujer a jugar al pádel, pero coged las raquetas".
Hablando de Hemingway, me dijo que los líos de faldas (y salacot) son frecuentes en los safaris, un espacio habitual para llevar a la amante, porque no te conocen y además, si tiras bien (y valga la polisemia), te luces. Pero yo no dejo de pensar en Macomber y en el día que descubrió, para su sosiego, que, después de todo, lo peor que puede hacerte un león es matarte.
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