Desconfianza en el BCE
Uno de los más inquietantes resultados del último Eurobarómetro era el descenso de la confianza de los ciudadanos europeos en sus instituciones. La credibilidad en concreto de la Comisión y del Banco Central Europeo (BCE) se ha desplomado literalmente en seis meses. Al tiempo, los ciudadanos elevaban de forma muy significativa la prioridad asignada a la coordinación de las políticas económicas y presupuestarias con el fin de atajar la severidad de la crisis.
Esos resultados correspondían a sondeos realizados durante enero y febrero. Desde entonces las cosas han ido a peor en todas las economías europeas y las previsiones de crecimiento de la eurozona son significativamente peores a las de Estados Unidos, el origen de la crisis. El desempleo ha seguido experimentando ascensos inquietantes de la mano de la continuidad de las restricciones crediticias en la casi totalidad de los sistemas financieros europeos. Las cifras y las encuestas de los bancos centrales ilustran que el racionamiento crediticio que siguen aplicando los bancos sigue siendo el principal responsable de la contracción de la actividad. Si recordamos que en la eurozona el 70% de la financiación que captan las empresas es bancaria, a diferencia del mayor protagonismo que en Estados Unidos tiene la captada directamente en los mercados, podemos entender el impacto diferencial que esta crisis está teniendo sobre la viabilidad de empresas de todo tipo, con independencia del sector al que pertenezcan. También la responsabilidad de esa dosificación de financiación en que no se lleguen a concretar nuevas iniciativas empresariales que podrían contribuir al tan reclamado cambio de patrón de crecimiento en economías como la española.
Todo ello coexiste desde hace tiempo con la manifiesta ausencia de amenazas inflacionistas. En no pocas economías de la eurozona los temores empiezan a ser de signo contrario, asociados a las inusuales variaciones negativas de los correspondientes índices de precios.
Esa inquietud no ha permitido que el BCE oriente precisamente sus decisiones con la misma capacidad de adecuación que la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra. Todavía el pasado julio el BCE consideraba que las principales amenazas eran inflacionistas y elevaba su tipo repo. Desde entonces, la titubeante reducción de tipos ha transmitido más inseguridad y dificultad en alcanzar acuerdos en sus órganos de decisión que prudencia en la administración de ese limitado recorrido que efectivamente tienen los tipos de interés. Otros bancos centrales importantes no sólo han reducido más sus tipos de referencia, sino que se han anticipado también en la adopción de medidas de política monetaria consideradas "no convencionales", como la adquisición de deuda pública o de empresas privadas, con el fin de facilitar el aumento de la base monetaria y con ello relajar las restricciones crediticias que estrangulan el funcionamiento de las empresas.
Los anuncios que han hecho algunos miembros del Consejo de Gobierno del BCE anticipan que algunas de esas medidas excepcionales han sido objeto de consideración. Más vale que ese tiempo que suele tomarse la principal institución comunitaria en la preparación de sus decisiones, aunque sean tan poco convencionales como la situación económica, se ajuste a la gravedad de la situación de las economías a las que se supone han de servir.
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