Sombrío monumento al fundido
Vaya por delante el esfuerzo del festival Madrid en Danza por ofrecer esta compleja producción, que mucho abarca y poco aprieta en sí misma. Lo más sensato es valorar cada elemento aparte. Así, lo mejor resultan el baile (académico y rozando lo escolástico) y el decorado. No sucede lo mismo con la música, que a veces satura al espectador y otras huye de cualquier clasificación. El vídeo, pleno de lugares comunes (la gotita de agua, las ondas, los fragmentos de cuerpos en ensayo) que enturbian el proceso de acople visual entre objeto (torre) y baile, obstruyen el fundido, que es parte de la estética y de esa coreografía, lectura de figuras ritualizadas por el estilo y por el ritmo, siempre en un lento-stabile poco agitado.
Nearly Ninety. Merce Cunningham Dance Company
Coreografía: M. Cunningham; Música: Takehisa Kosugi, John Paul Jones y otros. Escenografía: Benedetta Tagliabue. Vestuario: Romeo Gigli. Vídeo: Franc Aleu. Madrid en Danza. Teatros del Canal. 1 de mayo.
La escenografía recuerda a Tatlin y a Libeskind. De este último, esos endemoniados y poéticos dibujos preparatorios al plan de Berlín. Del primero, su zigurat comprometido ya en una deconstrucción acelerada, la misma que ejercita Tagliabue, un juego de interceptación visual que se aviene al sistema de ordenación periférico de Cunningham. No lucha, sino que se desplaza en esa misma lírica de la diagonal.
El vestuario evoca el de otra obra precedente del coreógrafo, que hablaba de las gaviotas, aunque aquí resulta más decorativo.
La obra discurre en tres planos alternos (como las óperas-ballets de hace 300 años: no hay nada nuevo bajo el sol del teatro): la escena propiamente dicha donde se expande la danza (sucesión de solos, dúos, tríos o ensambles en distorsión del secuenciado); un plano intermedio de dos gasas sobre las que se suceden las proyecciones (la mejor escena es al principio: fundido tras otro, desplazamiento cromático de la no-centralidad, búsqueda casi ansiosa de eje en la multiplicidad de fugas) y finalmente, plano de la estructura que alberga a los músicos y gira brevemente sobre sí misma.
Lo que Guatterini llama "serenidad compensadora y utópica" en Merce Cunninghan aquí se yergue en dominante y catalizador, aunque los registros no acaban de empastar. Acaso no hay esa pretensión tampoco y de ahí que la dinámica de exposición se quiebre, se diluya o sufra en la pulsión dispersa.
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