El espectáculo integral
Sucedió apenas transcurrida la quinta canción, un delirio de energía, baile, polirritmias y sabiduría global. David Byrne giraba 360º como un autómata y abría las piernas para que los bailarines se escurriesen por debajo de él. Fue entonces cuando alguien del público acertó a exclamar lo que ya era un clamor: "¡David, qué bien nos lo estamos pasando!".
Byrne no se conforma con haber escrito algunas de las canciones más inteligentes de las tres últimas décadas. Podría sentarse y rasguear, uno tras otro, dos docenas de clásicos tan inapelables que a muchos se les cortaría la respiración. Lejos de eso, viste a toda la banda (él incluido) de blanco nuclear y se apresta a dar espectáculo desde el minuto uno. Hay coreografías descacharrantes, golpes de efecto, funk y baladas, polifonías querúbicas y arrebatos de puro histrionismo. Y mucho, mucho sentido del humor. Al jefe se le notan los casi 57 años en que la cabellera le va a juego con la camisa, pero participa en los bailes, corretea de espaldas y pone los ojos desorbitados. Espectáculo integral, le dicen a estas exhibiciones de poderío escénico.
David Byrne.
Teatro Lope de Vega. Madrid, 27 de abril. Lleno (1.300 personas).
Ante tan gozoso desmadre, hace bien el hierático Brian Eno en quedarse tomando té en casita. Sólo con los derechos de autor ya sale sobradamente bien parado, porque la gira gravita en torno al notable álbum (Everything that happens will happen today) que acaban de rubricar al alimón y los tres memorables discos que Eno produjo para los Talking Heads entre 1978 y 1980. Lo que implica brindar al respetable piezas como I zimbra, Heaven (con el estribillo más nihilista de la historia: "Cielo, cielo es un lugar / donde nunca, nunca pasa nada") y, claro, Once in a lifetime. Desde que sonó, nadie volvió a posar el culo en su butaca.
Empezó nuestro escocés neoyorquino aleccionando a los espectadores para que disparasen sus cámaras y enviaran correos electrónicos entre canción y canción, pero a nadie le dio tiempo a jugar con el iPhone. Hasta a los cámaras de Canal + que inmortalizaban la velada se les dibujó una sonrisa enorme de tantas cosas que sucedían. Con la que está cayendo, Byrne aprovechó 2008 para escribir títulos como Un buen día o La vida es larga, inyecciones de moral y vitalidad que el público recibió con alborozo. Y las desarrolla junto a una banda de blancos y negros, chicos y chicas, coristas danzarines y un bailarín que termina tocando la guitarra. Como la Alianza de Civilizaciones aquélla, pero más divertido.
Sorprenderá que el intelectual doctrinario que debutó cantándole a un psicópata asesino (Psycho killer) se consagre ahora a una suerte de pop-gospel luminoso, pero a nadie le importó. Mucho menos que hubiera de conceder tres tandas de bises y en una regalara Burning down the house, que no pertenece a su trabajo junto a Eno. En noches de gloria no es cuestión de ponerse tiquismiquis.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.