Mirarse a los ojos
La Feria de Sevilla es una de esas cosas por las cuales se dice que los andaluces somos unos vagos, que aquí nos gusta la fiesta, estar siempre de parranda y no dar un palo al agua. Nada más lejos de la realidad. En Andalucía, el 80% de los contratos se consiguen a través del boca a boca, en reuniones informales y en los restaurantes. Quien conozca la Feria, desde dentro, que eche un vistazo a su agenda. La mayoría de las veces irá a la Feria por compromisos de trabajo, cuando no por razones políticas o de imagen. Que sevillanos y sevillanas tengan arte para trabajar a la vez que toman un rebujito, se marcan un baile e invitan a comer, no es cosa de vagos, sino de saber vivir. Está demostrado que en Sevilla se cierran más contratos en la semana de Feria que en ninguna otra semana, y no está la situación como para criticar ésta ni ninguna otra forma de contratación.
La Feria de Sevilla es también una de esas cosas por las cuales se dice que los sevillanos son muy suyos. No es así ni se refleja la realidad. La feria de Málaga, la de Jerez y la de cualquier otra ciudad: sus casetas, la inmensa mayoría, son públicas. Con ir un poco apañado o medianamente decente, como nos decían nuestras madres para salir, se puede entrar en cualquier caseta. En Sevilla, esto no sucede. Ya puedes ir hecho todo un pimpollo, ya, que, como no conozcas a nadie a pasear por el albero, la calle del Infierno y no mucho más, salvo alguna caseta pública preparada para el descanso de estos atrevimientos. Pero esto no es que los sevillanos sean muy suyos. No. Simplemente, los sevillanos, entienden que una caseta es una casa, la casa de una gente, de su gente, y no un bar. Los que llegan sin conocer a nadie suelen decir que la Feria les pareció horrible, que no pudieron entrar en ningún sitio, que como espectáculo merece la pena verlo pero que no vuelven una vez visto. En cambio, los que llegan y están invitados a la caseta siempre repiten y se sienten en casa, realmente acogidos. La Feria no es sólo fiesta, es algo más y parece como si uno fuera de la familia de toda la vida.
La Feria de Sevilla es una de esas cosas por las cuales algunos de los que no puede formar parte de su vida dicen de los sevillanos son falsos e hipócritas. No es cierto. En Sevilla, las puertas están abiertas, pero esto no significa que cualquier persona, como si tal y de buenas a primeras, pueda entrar hasta la cocina. Esto no pasa en ningún sitio. Se confunde cariño y trato amable con amistad. Tan poco cariño se respira en esas ciudades de diseño, tan artificiales y tan repletas de escaparates, que cuando uno llega a Sevilla y es recibido piensa que está conociendo amigos de verdad. Sin embargo, la amistad no es dar la mano ni hacer bromas. La amistad no es ofrecer un vaso de vino: eso es sólo el comienzo. Sevilla no le rompe el corazón a nadie, sólo a los ansiosos. Para expresarlo mejor sólo hay que contemplar su forma de bailar. Sevilla tiene el único baile que baila toda una ciudad y el único que se baila mirando directamente a los ojos, y este mirarse expresa su forma de ser.
La Feria también es una de esas cosas de Sevilla donde se nota cómo aquí se trabaja: como en casa. Y cómo aquí se vive la fiesta: como en casa. Sevilla es una de esas ciudades mediterráneas de época clásica, dónde no hay más gobierno que el de la propia ciudad. También es una de esas ciudades medievales, donde trabajo y residencia se confunden. No es que Sevilla se crea el centro del mundo, no es que Sevilla sea tan chovinista como París. Lo que sucede es que Sevilla es un mundo en sí misma. No hay nada con lo que se pueda comparar, porque sólo conoce a su reflejo. Por esto Sevilla puede ser odiada y amada con la misma intensidad y, por esto mismo, Sevilla es una ciudad con carácter. Y, ahora, termino; me voy a la Feria.
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