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LA CRÓNICA
Columna
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Arquitecturas musicales

El futuro museo del Rock -que estará, cuando se reanuden las obras, en la reformada plaza de toros de las Arenas- lleva meses calentando motores. Ya ha hecho público que contará con piezas como una guitarra firmada por Paul McCartney y Ringo Starr; el vestido de novia que lucía Madonna en el disco Like a virgin, y un batín usado por el cantante Sting. Todo ello gracias a que la ciudad cuenta con grandes archivos como el de Jordi Tardà; aunque no es el único. Enrique Albareda, músico y coleccionista, representa otra faceta del rock barcelonés. Desde su domicilio privado del Eixample, abre las puertas del Centre de Documentació i Estudi de la Música Moderna a investigadores y estudiosos.

El museo del Rock de las Arenas contará con los archivos de Jordi Tardà y Enrique Albareda

Albareda descubrió su afición de un modo ciertamente curioso: "con 16 años trabajaba en el taller de Ricard Bofill, situado en el edificio Walden, entonces aún en construcción. En las naves de una fábrica contigua ensayaba un grupo al que veía por la ventana. Eso y que uno de los arquitectos -Peter Hodkingson- tocase en el grupo Om, junto a Jordi Sabatés y Toti Soler, hizo que me aficionase a la música". Poco después llegaba su primer directo, el de Eric Clapton en el pabellón deportivo de Badalona. Recuerda: "entrabas al concierto y eras libre. En aquella época no te sentías así muy a menudo. El artista que actuaba era lo de menos".

A finales de la década de 1970 toca la batería con los Masturbadores Mongólicos, el primer grupo punk que hubo en nuestro país. Y dirige un programa en Radio Clot, desde el que colabora en la organización del Barcelona Rock, donde locutores de todas las emisoras de la ciudad protagonizan un gran maratón radiofónico en el andén de la estación de metro de Sant Antoni, entonces fuera de servicio. En la siguiente década pasa de cliente habitual a programador de la sala Magic, donde se convierte en uno de los primeros dj que tuvo la ciudad. Más tarde estará en la cabina de Zeleste, "un lugar emblemático en el que había deseado trabajar toda mi vida. Y encima -añade-, en la época más prolífica de conciertos internacionales que tuvo la sala".

Pinchar allí supone acceder al archivo -y al día a día- de Zeleste; con lo que su documentación inventariada llega a hacerse imprescindible para todo aquel que quiera saber cómo fue el rock en Barcelona. De ese extenso catálogo sobresalen los apartados dedicados a revistas, fotografías, notas de prensa, carteles, flyers, pegatinas o programaciones de pequeñas salas y bares de la ciudad. Quizá el plato fuerte sean las colecciones de entradas de conciertos -siempre difíciles de catalogar al no incluir la fecha-; la de fanzines y la de maquetas de grupos barceloneses, muchos de ellos desconocidos. Este material pudo verse hace unos años en dos exposiciones realizadas en el palacio de Victoria Eugenia de Montjuïc y en la sala Sidecar de la plaza Real. Y que ha servido para documentar diversos libros, como el de Ferran Amado sobre la historia del rock en Badalona; y la biografía de Frank Zappa, de Juan Gómez y Nando Caballero.

En estos momentos, su archivo participa en dos trabajos en marcha dedicados a la evolución del punk nacional. Pero la afición de Enrique va más allá. Recientemente, ha vuelto a los escenarios, tras 20 años alejado de ellos, con el inclasificable grupo La ruge band. Aunque los problemas que conoció en su adolescencia hoy le parecen más graves, si cabe. "Los locales pequeños están descuidadísimos, que es donde comienzan los músicos jóvenes. Y se dificulta la formación de una cultura emergente, haciendo que cada vez sea más difícil actuar en vivo". Lo cual, en una ciudad donde se instalará el primer museo en Europa dedicado al rock, no deja de ser paradójico.

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