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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Suráfrica, a prueba

El controvertido líder populista Jacob Zumase convertirá en el más poderoso de África

Los surafricanos han refrendado rotundamente en las urnas, según resultados parciales, al Congreso Nacional Africano (ANC), el antiguo movimiento guerrillero que libró al país del apartheid en 1994. Por primera vez, un zulú, la etnia mayoritaria, será elegido por el Parlamento nuevo presidente del país el mes próximo. El controvertido líder de la ANC, Jacob Zuma, puede incluso ver que su partido revalida los dos tercios de los escaños, que le permitirían manejar a su antojo el Parlamento y reformar la Constitución, algo que no ha hecho antes pese a contar con los votos necesarios. Su oposición es exigua. Ni la reciente escisión Congreso del Pueblo (COPE) ha logrado rebajar sustancialmente su fuerza, ni tampoco, pese a sus números prometedores, lo ha hecho la oficial oposición blanca, aglutinada en la Alianza Democrática.

Suráfrica, una abigarrada mezcla de etnias y tribus, es la indiscutida potencia política y económica de un continente de mil millones de almas pésimamente gobernado. Es el único miembro africano del G-20, pero los pobres representan más del 40% de sus casi 50 millones de habitantes. La violencia es una de las más altas del mundo; el sida, rampante, en buena medida por el oscurantismo científico de sus dirigentes; los escándalos económicos y la corrupción son consustanciales al ANC, casi un partido-Estado.

Los tiempos de Nelson Mandela y el respeto universal que suscitaba quedan lejos, como ha mostrado la lamentable presidencia de Thabo Mbeki. La llegada al poder de Zuma, un político demagógico, vicepresidente hasta 2005, será una prueba de fuego para la potencia regional, sacudida por su primera recesión en 17 años. El que va a ser hombre más poderoso de África, juzgado y absuelto por violación, acumula muchas de las características que hacen inquietante a cualquier dirigente. Es populista, autoritario y sospechoso de corrupción, pese a que días antes de las elecciones se retirasen por tecnicismos jurídicos las acusaciones que le perseguían.

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En su camino hacia una democracia estable, y pese a sus logros indiscutibles, Suráfrica depende más que nunca no sólo de un líder. Son imprescindibles una oposición real y unas instituciones mucho más fuertes e independientes, que pongan coto a los personalismos y no se confundan con el partido que controla monolíticamente el poder desde el final del apartheid.

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