Tipología del vendedor de rosas
Del eventual al profesional, la gama de comerciantes del sector es amplia
Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, dejó establecido Gertrude Stein. Sin embargo, por Sant Jordi, un vendedor de rosas no es un vendedor de rosas un vendedor de rosas un vendedor de rosas. La alta concentración identitaria de la flor se vuelve dispersión sociológica cuando se aborda la tipología de los comerciantes. En la rambla del Raval, por ejemplo, el vendedor de rosas no es un vendedor de rosas, sino un carpintero del Punjab, de 38 años, de nombre Hussein, acogido en el tenderete de El Mirador dels Inmigrants, una asociación que vende libros en urdu. Hussein no encuentra trabajo en su ramo, por lo que se dedica a la venta callejera: gafas de sol cuando hace sol, paraguas cuando llueve y rosas por Sant Jordi.
El precio depende, dice Hussein, de las ganas de comprar del interesado
-¿A cuánto las vende?
-A dos o tres euros.
-¿De qué depende?
-De las ganas de comprar.
-Bueno, pues deme una.
El pago se efectúa con un billete de cinco euros. Muy rápido, Hussein endilga al comprador dos flores más y cobra tres euros. A euro la rosa, una ganga. Está claro que la transacción no depende tanto de las ganas de comprar, como de las de vender, y a Hussein le sobran.
Calle de Sant Pau llegando a La Rambla. Mari Carmen, 20 años, gitana del Poblenou, y su marido Juan (22) trasladan las flores en busca de sombra. A las cuatro de la madrugada estaban montando el puesto y calculaban desmontarlo sobre las once de la noche. A las 5.45 horas vendían la primera flor. "Pero la cosa no va bien, la crisis se nota", opina Mari Carmen. Tiene una larga experiencia: a los 12 años ya ayudaba a su madre en otro puesto, en la calle de Pelai. "Allí las flores se ven más, pero aquí el Ayuntamiento nos ha obligado a recular el puesto unos metros y desde La Rambla apenas se nos distingue".
Junto a la iglesia del Pi, Rosa, Lucas, Alba y Gemma, pañuelo scout al cuello, llevan recaudados 300 euros para el esplai parroquial del que son monitores. "Es para becar a chicos cuyas familias tienen dificultades", aclaran. Irán de colonias a Alforja, cerca de Reus, en julio.
La tipología de vendedores de rosas / estudiantes es extraordinariamente variada. Dos muestras en la Rambla de Catalunya. Unos estudiantes de medicina de la Autónoma, tocados con bata blanca y fonendo, llevan recaudados a las siete de la tarde unos 400 euros para el viaje de fin de carrera. Un poco más allá un grupo de alumnos de Esade hace prácticas de mercado. Tienen a su cargo 15 puntos de venta en los que emplean a 30 estudiantes. Pero quien sabe de verdad del sector es la floristería Navarro de la calle de València. Ahí sí que, por fin, un vendedor de rosas es un vendedor de rosas un vendedor de rosas un vendedor de rosas. "La gente se gasta algo menos que el año pasado, pero la cosa no va mal", observa el encargado, Ricard Codina, que dice haber nacido "amb la flor al cul", pues lleva en el oficio desde que era un crío. La tienda regala libros a sus clientes. "Si otros regalan rosas con los libros, a nosotros nos toca regalar libros con las rosas, ¿no le parece?". Una lógica aplastante, desde luego.
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