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Columna
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Vuelven las obras

El suplicio de las obras vuelve a Madrid. No ha pasado tanto tiempo desde que entre unos y otros nos pusieran la ciudad patas arriba haciendo de ella un lugar inhabitable. Todos sabemos que para mejorar hay que sufrir, pero mientras también necesitamos vivir y abordar tanta obra pública a la vez sin la adecuada coordinación por colgarse medallas en las elecciones termina provocando el efecto inverso. Ahora, y después de una etapa de bonanza, que siempre nos parece corta, el Ayuntamiento de la capital ha vuelto a la carga con un plan de reformas cuyas consecuencias sobre nuestras vidas puede que no disten mucho de aquellas faenas que nos amargaron la existencia durante la anterior legislatura.

Cuando los euros escasean hay que seleccionar al máximo las prioridades

Entre los gestores públicos la conmiseración a nuestro sistema nervioso nunca fue un elemento de peso que frenara a las excavadoras. Que nadie se lleve a engaño: si en estos momentos no hay más tajos abiertos y más gordos es porque en las arcas municipales no queda un puñetero euro. Y cuando digo que no hay dinero me refiero a que el concejal de Hacienda del Ayuntamiento de Madrid se las ve y se las desea hasta para pagar las nóminas de la abultada plantilla municipal. La crisis les ha dejado en pelotas en el peor momento imaginable.

La deuda brutal que contrajo por los túneles de la M-30 ha convertido a Madrid en la ciudad con mayor nivel de endeudamiento de toda Europa. A pesar de que se ahorraron la impermeabilización del río, y que ahora tendrán que hacerlo tramo por tramo, debemos más de 2.000 euros por habitante, incluidos niños y ancianos. Pero hay que hacer otras cositas para mover un poco esto y el Gobierno de Gallardón ha encontrado en la peatonalización del casco histórico una forma de sacar pecho gastando poca pasta. Y conste que quitar los coches de las calles del centro nunca fue una acción señera de su gestión, como lo prueba el que en su primer mandato no hiciera prácticamente nada en ese sentido. Pienso que ha sido el bajo coste de esas transformaciones, en comparación con el de las macro obras, y sobre todo los magníficos resultados obtenidos, lo que les ha animado a avanzar por un camino que a priori no les entusiasmaba. Es más, creo que hasta ellos mismos se han sorprendido del prodigio obrado en calles como Arenal por la eliminación del tráfico rodado. En realidad, ni el mejor geómetra hubiera advertido sobre planos el efecto amplificador que la desaparición de los coches ha logrado sobre esa vía antes irrelevante y grisácea y hoy afable y esplendorosa. Otro tanto ha ocurrido con el tramo intervenido de la calle de la Montera, y no hay duda de que lo mismo pasará con el que preparan en la de Fuencarral y cuatro calles aledañas con la idea de establecer un eje peatonal con Montera. En Madrid empieza a haber un convencimiento general de que sacar los coches del corazón de la ciudad, además de una buena solución para mejorar su aspecto y racionalidad, es un buen negocio.

Peatonalizar humaniza las calles. Así que peatonal será también la plaza de Ópera, la del Callao, que ganará en coherencia, y la calle de Preciados hasta la plaza de Santo Domingo. Obras de bajo coste y alto lucimiento que además se despachan en pocos meses sin poner al vecindario al borde del suicidio.

No se puede decir lo mismo de la operación Serrano, que pretende ampliar las aceras y horadar tres aparcamientos en esa vía señorial. Serán dos años de trajín, con secuelas arboricidas, que se harán interminables para quienes vivan o tengan que pasar por ahí. La reducción a dos carriles por Serrano verá multiplicados sus efectos adversos para el tráfico rodado cuando coincida con las obras de la plaza de Colón. Una actuación que el Gobierno municipal ha enmarcado en el llamado eje Prado Recoletos y a la que no he conseguido ver justificación alguna. Puedo entender que al alcalde no le guste el actual diseño de la plaza y hasta puedo compartir que su proyecto la mejore, pero no es ni mucho un espacio que pida a gritos una reforma. La obra es muy cara, enormemente lesiva para la movilidad en el interior de la ciudad, y se me ocurren no menos de 20 espacios urbanos notables de la capital bastante más necesitados de arreglos urgentes que el que tiene bajo sus pies el almirante genovés.

Cuando los euros escasean hay que seleccionar al máximo las prioridades y, si ya es más que discutible levantar el paseo del Prado para el apaño en que se ha quedado el plan de Álvaro Siza, esto de Colón se me antoja un auténtico derroche.

Lo que cabrea a la gente no son las obras molestas, sino las inútiles.

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