La memoria de la nieve
Julio Llamazares ha vivido siempre sin pueblo; Vegamián, donde nació hace 54 años, en León, fue sepultado por la ingeniería, y ahora es agua. O nieve. Ese acontecimiento marcó la vida del poeta, como la vida de aquellos habitantes que ya tuvieron que vivir una diáspora extraña.
Aquella diáspora ocasionada por la ansiedad del agua que sepultó su pueblo se transparenta en toda la literatura de Llamazares. La lluvia amarilla es una novela transida por esa experiencia, que también figura como membrana de fondo en Escenas de cine mudo, desde la dedicatoria, "A mi madre, que ya es nieve". La vida le llevó a principios de los ochenta a Madrid, donde quiso ser abogado y periodista, para devenir después tan sólo (¡tan sólo!) en escritor: Y la vida le ha llevado siempre a buscar su origen. En la poesía.
Ahora tiene en La Mata, en las estribaciones leonesas, la casa en la que alimenta el recuerdo de sus padres, que vivieron por allí, y ha recorrido su tierra (El río del olvido) como si estuviera arañando el pasado para hallar la huella de sus pasos.
Ese pasado es el que forma el edificio poético que se esconde en su prosa. Antes estuvo la poesía, que no se ha ido nunca. Pero después de La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982) no volvió a publicar poemas como tales. Ahora regresan, en forma de antología, a la que ha añadido poemas posteriores. La publica Hiperión y la ha titulado Versos y ortigas. Leyéndolos se advierte que Llamazares es sobre todo un poeta; de hecho, el ritmo de su escritura en prosa es deudor de esa ambición de asociar las palabras (y la memoria, que es su fuente) con el ritmo; la música es consustancial con su narrativa, y eso le viene de la poesía.
Aquí se ve. Lo extraño es que siendo un poeta haya dejado de escribir poesía, o de publicarla. Él dice en el prólogo de esta edición antológica: "Durante años, los que van de la publicación de mi segundo y último libro de poesía en 1982 a hoy, me han preguntado cientos de veces por qué dejé de escribir poesía. Cada vez he dado una respuesta diferente, sin que ninguna -debo reconocerlo- me convenciera del todo a mí mismo. A día de hoy", prosigue Llamazares, "sigo sin tener muy clara la razón exacta, quizá porque no hay ninguna. El misterio de la poesía es igual de inexplicable cuando surge que cuando desaparece".
¿Hay algo más hondo en ese abandono de la poesía? Dice, ya de viva voz: "En realidad no he hecho otra cosa que escribir poesía. Antes pensaba que la había abandonado, pero siempre ha estado ahí, es lo único que he escrito. Y no sólo he escrito poesía, sino que siempre he buscado la música como parte fundamental de la escritura, en prosa también. Si tengo la historia y no tengo la música no escribo".
Y en la poesía y en la narrativa subyacen los mismos símbolos: la soledad, la nieve, el paisaje que el hombre proyecta sobre la tierra. "Son símbolos de mi biografía: la nieve, los bueyes, las montañas, etcétera. Otros tendrían el mar, los cañaverales, el sol, como paisaje de su historia. Pero la mía es ésta, de esta simbología parte lo que digo, y surge lo mismo en prosa que en poesía. Ese título, Memoria de la nieve, resume muy bien no sólo la poesía sino toda mi obra. Creo, además, que es una redundancia: la memoria es como la nieve, escribes sobre ella, y mientras escribes se va derritiendo. Es como si siempre escribiera sobre la nieve, no sobre el papel".
Ese paisaje que está en su memoria es el punto de partida de su búsqueda poética: "Quiero explicar, a través de esas metáforas, la sinrazón y el sinsentido de la vida. Los escritores no tenemos otro material que las palabras para buscar la esencia de lo que vivimos".
La escritura de Llamazares está vinculada estrechamente a aquel paisaje perdido y reencontrado en su memoria, "y los escritores que más me interesan son precisamente aquellos que están vinculados estrechamente a un paisaje, a un territorio. Patria quiere decir, etimológicamente, tierra de los padres, y del mismo modo que todos tenemos un idioma materno con el que aprendemos a nombrar el mundo, todos tenemos un paisaje en el que aprendimos a ver el mundo. A lo largo de la vida conocemos otros paisajes pero con ninguno te sentirás más identificado como en ese paisaje materno".
La fidelidad a ese paisaje distingue toda la obra de Llamazares. "Es una cuestión espiritual, literaria; en esa fidelidad no hay una voluntad de localismo o patriotismo mal entendido... Esta del localismo literario, por otra parte, es una discusión absurda. Mira el Quijote, mira Rulfo... Todos los grandes escritores han contado mejor lo que tenían más cerca. Los novelistas rusos del siglo XIX decían: 'Dame una teja de tu pueblo y te contaré cómo es el mundo".
La primera frase de El río del olvido contiene esta expresión de Llamazares: "El paisaje es la memoria". "El paisaje es memoria porque la memoria se refleja siempre en el paisaje en el que ha ocurrido tu vida. Es un espejo, no el telón de fondo de un escenario; en ese espejo se refleja la vida de las personas. Cuando el paisaje desaparece, y no sólo porque le hayan puesto encima un embalse, la memoria se duele y se resiente, y de ese dolor de la memoria nace la melancolía, y de la melancolía nace el aliento poético".
"El libro ha sido más una idea del editor que mía", cuenta el poeta. "Yo no era muy partidario. Considero que no hay que publicar cosas que no añadan más a lo que ya hay. Dándole vueltas, acepté, y junté los versos que se convirtieron en libros con aquellos que se quedaron dispersos y perdidos. De ahí la palabra ortigas en el título: las ortigas son las plantas que crecen en el huerto que el dueño ha abandonado".
Versos y ortigas. Poesía 1973-2008. Julio Llamazares. Hiperión. Madrid, 2009. 128 páginas. 12 euros.
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