Afganistán: misión posible
Si los aliados hubieran demostrado en los meses previos a la invasión de Normandía, en 1944, el mismo entusiasmo con el que la mayoría de los países de la llamada Vieja Europa ha respondido a la petición de Barack Obama de un mayor compromiso en tropas y medios logísticos en Afganistán, es muy posible que los herederos de Hitler siguieran instalados en la Cancillería del III Reich y los de Benito Mussolini, en el Palacio Venecia.
En una parte de Europa hay amnesia histórica colectiva. Los nombres de Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword, las cinco playas normandas donde las fuerzas estadounidenses, británicas y canadienses sufrieron 10.000 bajas el 6 de junio de 1944 en el inicio de la liberación de la Europa continental del yugo nazi, se olvidan convenientemente, no sea que algún Gobierno sufra un traspiés electoral si osa apoyar la parte incómoda de la nueva estrategia para Afganistán expuesta por el presidente estadounidense en la celebración del 60º aniversario de la fundación de la Alianza Atlántica hace unos días.
La reconstrucción no es factible sin la derrota de la criminal alianza entre Al Qaeda y los talibanes
Esa nueva estrategia se resume en dos conceptos: uno, civil -reconstrucción de Afganistán y de su economía-, y otro, militar, la derrota de la criminal alianza entre Al Qaeda y los talibanes para impedir que el país del Hindu Kush vuelva a convertirse, como en el pasado, en base de atentados terroristas contra Estados Unidos y sus aliados. Dos conceptos que son completamente inseparables. No se puede reconstruir sin paz en la totalidad del país, es decir, en el sur y en la frontera Este con Pakistán, y no sólo en el norte y el oeste. Y esa paz o, por lo menos, la ausencia de violencia, sólo puede conseguirse mediante una victoria militar. No hay términos medios.
Los Gobiernos que se empeñan en presentar la presencia de sus tropas en Afganistán exclusivamente como una contribución a la reconstrucción del país están engañando a sus opiniones públicas por motivos puramente electorales. Resulta difícil de digerir que, después del 11-S, el 11-M y el 7-J, no se considere la derrota de la alianza Al Qaeda-talibanes un objetivo estratégico de todos los países europeos, más expuestos por su cercanía, como señaló el presidente Obama, a sufrir nuevos atentados terroristas.
La guerra de Afganistán no está ganada, pero tampoco perdida. Y Obama parece dispuesto a ganarla, una vez que la situación en Irak ha mejorado de tal forma que, según declaró el pasado domingo a la CNN el general Ray Odierno, jefe de las fuerzas militares estadounidenses en el país, las tropas de combate serán retiradas de todas las ciudades iraquíes, quizás con la excepción de Mosul y Kirkuk, el 30 de junio. Como lo comentó recientemente el nuevo presidente: "Nunca pensé que Irak sería el menor de mis problemas". A pesar de los pesares, de la corrupción galopante, de la total ineficacia del Gobierno de Hamid Karzai, del aumento de la insurgencia talibán en Helmand, Kandahar y en todo el sur y este del país, Afganistán no es, todavía, una misión imposible. Se puede ganar si la nueva estrategia anunciada por Obama devuelve a los afganos la ilusión que mostraron inicialmente tras la caída del régimen fundamentalista. Algo de esa ilusión queda todavía, gracias a la labor desarrollada por las tropas de la Alianza en pueblos y aldeas. Y no olvidemos a la mujer, representada en el Parlamento de Kabul por el 25% del total de diputados. Y la escolarización de más de dos millones de niñas, a pesar de las amenazas y la quema de escuelas por parte de los talibanes. En 2008, 2.108 personas murieron en Afganistán, la mayoría por ataques suicidas de los seguidores del mulá Omar. En el mismo periodo, 5.900 personas perdieron la vida en México en los enfrentamientos entre bandas de narcos y las fuerzas de seguridad.
La realidad es que sólo un desplome de Pakistán como Estado, una posibilidad cada vez menos remota, podría dar al traste con las esperanzas de estabilizar Afganistán. Washington ha dejado de hablar sólo de Afganistán para referirse conjuntamente al AF-PAK (Afganistán y Pakistán). El embajador Richard Holbrooke, enviado especial de Obama para la zona, lo acaba de expresar en Islamabad con claridad meridiana. "Incluso si enderezamos todo en Afganistán, si conseguimos un Gobierno sin corrupción, si funciona la contrainsurgencia, nunca triunfaremos si la situación en Pakistán no se arregla". El destino del armamento nuclear paquistaní en un eventual desmoronamiento del Estado paquistaní produce escalofríos en Washington y en cualquier cancillería responsable de Occidente.
¿Tan difícil resulta para algunos Gobiernos europeos explicar a sus ciudadanos esa alarmante situación, que, sin duda, bastaría para acceder a las peticiones del presidente Obama y reforzar con tropas de combate y medios logísticos sus parcos efectivos en el país?
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