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Columna
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Impresiones

La Euskadi que nace del Estatuto de Gernika va a tener su primer lehendakari plenamente vizcaíno. Cierto que José Antonio Ardanza era natural de Vizcaya, pero antes de llegar a ser lehendakari había sido, a todos los efectos, un político guipuzcoano. Su predecesor era navarro y quien le sucedió en el cargo, alavés. Vizcaya es el territorio peneuvista por excelencia, aquél donde el PNV tiene mayor implantación, mayor militancia y mayor raigambre, además de ser el más poblado de los tres territorios vascos. Lo previsible hubiera sido que también en el liderazgo del país, y en el del partido que lo ha gobernado en los tres últimos decenios, el protagonismo vizcaíno hubiera sido, si no dominante, sí al menos más visible. Pues también el partido, el PNV, ha tenido en su liderazgo todos estos años una impronta guipuzcoana hasta la llegada reciente a su presidencia de Iñigo Urkullu. El hecho puede parecer anecdótico, aunque tengo la impresión de que ese desplazamiento territorial en los liderazgos encierra algún tipo de significado, otro cambio más, dentro de la época de cambios que se nos vaticina. Vizcaya, que hasta ahora se nos presentaba como agazapada, se dispone a tomar las riendas.

Los cambios en la Lehendakaritza y en la presidencia del PNV no son los únicos en esa dirección. Hace unos días, a raíz de la firma del acuerdo entre el PSE y el PP, se establecían paralelismos entre lo que ocurría y los acontecimientos de ocho años atrás. Recordemos que también entonces, en 2001, hubo un pacto entre esos dos partidos. Dejemos a un lado la semejanza o diferencia de significado de ambos hechos y vayamos a lo que aquí nos ocupa. En 2001 eran un vizcaíno, Nicolás Redondo, y un guipuzcoano, Jaime Mayor, quienes lideraban ambos partidos; en 2009, los dos líderes, Antonio Basagoiti y Patxi López, son vizcaínos. Todo parece indicar que la época de los liderazgos guipuzcoanos en la política vasca tiende a su fin, y que queda reducida, de momento, al ámbito de la izquierda abertzale -cada vez más un fenómeno específico vasco-oriental-.

No quieran ver en esto que apunto una especie de lamento de giputxi. Soy guipuzcoano, pero carezco de prejuicios localistas. Además, ese apellido que ven ustedes ahí arriba es muy vizcaíno, tanto que casi me hace sentirme huérfano en estas tierras que habito: ni siquiera me lo pronuncian bien, ya ven, y tan pronto me lo convierten en Aizpurua como en Azpiazu, cuando no se les traba la lengua. ¡Qué destino, cielos! También Jesús Eguiguren -lo que parece contradecir lo que afirmo- es guipuzcoano. Ese español, que diría Andoni Ortuzar, es de Aizarna, no lejos de Zumaia, que es de donde yo soy. No sé si Ortuzar ha estado alguna vez en Aizarna. Hace años, yo iba allí con alguna frecuencia. La experiencia, sobre todo desde Santa Engracia, era inefable. El hortus conclusus, el más allá del Leteo, el puro rumiar del silencio de los resucitados. Una maravilla.

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