John Hope Franklin, historiador
Durante 60 años ayudó a redefinir el equilibrio racial estadounidense
John Hope Franklin tuvo la fortuna de vivir unos pocos meses bajo la presidencia de un político afroamericano. Luego, murió en paz. Este historiador, que nació y creció en un mundo gobernado por y para blancos, comprendió que la educación era un arma potente para cambiar el mundo. Durante 60 años de actividad en las aulas, ayudó a redefinir el complicado equilibrio racial norteamericano y ayudó a acabar, de una vez por todas, con el racismo que suponía vivir en una América segregada.
Nacido en 1915 en Oklahoma, Franklin era hijo de un abogado y una maestra. Su padre había huido de Luisiana cuando ese Estado sureño le prohibió ejercer la abogacía por ser negro. En una entrevista concedida en 1997 a la radio pública norteamericana, recordó que sus padres siempre le enseñaron "que era tan bueno como los demás". "La raza no significa nada", le decían.
En 1995 Clinton le concedió la máxima condecoración civil de Estados Unidos
Le gustaba criar orquídeas, un pasatiempo que le ayudaba a relajarse
La historia misma puso estas palabras a prueba, en los disturbios de Tulsa de 1921. Su familia residía en esta ciudad de Oklahoma cuando la prensa reveló que un joven negro había violado a una niña blanca en un ascensor. Aquello desató una guerra racial que se saldó con más de 40 muertos, casi todos afroamericanos. La familia Franklin lo perdió todo en aquellos oscuros días.
Con el tiempo, Franklin les devolvería a los negros el lugar en la historia que les había arrebatado la supremacía blanca. Doctorado por Harvard, enseñó en las universidades más prestigiosas del país, como Howard, Duke o la Universidad de Chicago. Fue el primer afroamericano en liderar el departamento de historia de un centro universitario, cuando asumió estas labores en el Brooklyn College en los años cincuenta. Con su libro De la esclavitud a la libertad: una historia de los afroamericanos, publicado en 1947 y que ha vendido ya tres millones de copias, analizó de forma rigurosa qué papel habían jugado los negros en el nacimiento y la evolución de Estados Unidos.
Por aquel entonces, Franklin colaboró también con el equipo de la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color, que elaboró el sólido argumento legal del caso "Brown contra el comité educativo" que llegó en 1954 al Tribunal Supremo y acabó para siempre con la segregación de niños en los centros educativos. Con su clarividente perspectiva histórica, Franklin entró en un panteón previamente reservado a iconos como Boo-ker T. Washington, Rosa Parks o Martin Luther King.
Como el mismo profesor dijo en una conferencia pronunciada en 1974, "con los hallazgos de los historiadores, los abogados argumentaron que la historia de la legislación segregacionista revelaba que su principal propósito era organizar a la comunidad sobre la base de una raza blanca superior y una casta negra inferior".
En 1995, el entonces presidente Bill Clinton le concedió la medalla al honor, la máxima condecoración civil de EE UU. A pesar de ello, siguió sufriendo la cruel discriminación de la vida cotidiana. La noche anterior a su homenaje, en un restaurante de Washington, una mujer le dio su abrigo para que lo colgara, pensando que era un camarero. Un cliente del hotel en el que se estaba quedando le ofreció las llaves de su coche, confundiéndolo con un aparcacoches.
Cuando no estaba tratando de que la historia norteamericana se reescribiera de forma fidedigna, a Franklin le gustaba criar orquídeas, un pasatiempo que le ayudaba a relajarse. En reconocimiento a su ingente aportación al mundo de la historia, el presidente de la Universidad de Chicago dio en 1976 su nombre a un nuevo tipo de flor. Murió por fallo cardiaco en Carolina del Norte, el pasado 25 de marzo, a los 94 años. Ahora, sobre su tumba, pueden descansar también las orquídeas bautizadas como Phalaenopsis John Hope Franklin.
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