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Columna
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Por un plato de lentejas

No pasa últimamente día sin que el caso Gürtel nos amenice con un nuevo episodio más o menos escandaloso, expresivo de la capacidad corruptora de la trama empresarial que ha venido operando en las comunidades autonómicas gobernadas por el PP y que ha sido desvelada por el magistrado Baltasar Garzón. Así vamos constatando la capacidad corruptora de unos y la predisposición de otros muchos a dejarse sobornar mediante dádivas de muy distinto calibre, que también en estos tráficos hay clases y jerarquías de espabilados o chorizos. Basta ver las cifras y obsequios que se mencionan en la información divulgada para constatar tales diferencias. Hay quien al parecer se ha levantado 1,3 millones de euros, 650.000 se le atribuyen a otro y pasma el cupo de automóviles de alta gama con que se han templado voluntades políticas.

No ha sido ni mucho menos tan opulento, como se sabe, el caso de los notables valencianos enzarzados en las pesquisas del citado caso, decimos del presidente Francisco Camps y del secretario general del PP, el inefable Ricardo Costa, ambos a la espera de que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana decida el rumbo procesal de su implicación. Sea cual fuere éste, lo cierto es que los aparentes regalos recibidos por estos en forma de vestuario no resisten por su modestia la comparación con las supuestas mercedes prodigadas por los corruptores entre sus correligionarios del PP madrileño. Una discriminación intolerable únicamente concebible por la histórica incuria centralista -que dirán los patriotas a la violeta-, o por la cándida estolidez de los implicados, que será el parecer más común.

Resulta innegable que este vodevil bananero ha tronchado irreparablemente el liderazgo y prestigio personal de sus figuras estelares, por no hablar del descrédito que ha golpeado al PP valenciano -que es el que a la postre nos interesa-, del que no será fácil que se recupere por mucha que sea la indulgencia con que lo está tratando el principal partido de la oposición, el PSPV. Un asunto que ha sembrado, además, la división de criterios entre el sector más reflexivo de los populares, sumidos en la perplejidad, cuando no en la mortificación, por lo que uno de ellos ha descrito como "un plato de lentejas en forma de chaquetas y pantalones". Pues que al menos los luzcan con garbo, que es el consuelo que les quedará.

Pero además de herir al partido, este trance de sastrería o metafórico atracón de leguminosa está provocando graves daños colaterales en la salud democrática de este gobierno autonómico y muy especialmente en las Cortes valencianas, blindadas a cal y canto contra toda petición informativa de la oposición acerca de este suceso. Hemos asistido a un penoso y hasta vergonzante alarde de opacidad amparado por la inane presidenta de la Cámara, reducida ésta a un mero paripé de su función parlamentaria. Se rechazan cientos de preguntas, ni por asomo se aviene a una comisión investigadora y hasta el mismo jefe del Ejecutivo elude una sesión de control convirtiéndose en "un prófugo del poder legislativo", en palabras de la diputada de Compromís, Mónica Oltra. Una desdichada degradación de la democracia, lo que en definitiva es social y políticamente mucho más grave que la estupidez o venalidad circunstancial de algunos gobernantes.

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