Suenan los tambores de África
Máscaras tribales y tejidos tradicionales toman las pasarelas
Las colecciones para esta primavera-verano se descubrieron el pasado mes de septiembre, con las bolsas cayendo y el capitalismo acercándose al colapso. Tras meses de negar la evidencia, por primera vez, el sistema exigía respuestas a los diseñadores. ¿Y ahora qué? Ahora a África, contestaron muchos. Tomar prestados los tejidos, las formas y los colores del continente más pobre para vestir a ricos que lloran por serlo un poco menos podría parecer el colmo del oportunismo y la hipocresía. Y tal vez así sea, pero al menos implica que Occidente se detenga un segundo y aprecie la extraordinaria riqueza de su artesanía y la apabullante vitalidad de sus diseños tradicionales. Toda una lección de ética y sostenibilidad está contenida en ellos y, por una vez, la moda parece dispuesta a no quedarse en la irritante banalidad del exotismo. Marcas como Converse, Gap y Armani participan en la línea de productos RED, impulsada por el cantante de U2, que destina parte de sus beneficios a combatir el sida en el continente.
- ¿Qué? Máscaras tribales que decoran zapatos y collares en Louis Vuitton. Humildes telas nigerianas (ankara), de sencillo algodón y llamativos estampados, tratadas con el respeto y la delicadeza que se reserva para las mejores sedas en los drapeados vanguardistas del japonés Junya Watanabe. Figuras de fertilidad convertidas en vertiginosos tacones en Dior. Colores safari, turbantes y pantalones bombacho que toman al asalto hasta el mayor símbolo del estilo estadounidense: Ralph Lauren.
- ¿Dónde? Una de las propuestas más interesantes ha nacido esta primavera. Su responsable es un cineasta neoyorquino, visitante habitual de la isla de Lamu. Max Osterweis ha transformado su deseo de ayudar a Kenia en una marca de culto llamada Suno. Diseños contemporáneos, pero realizados con kangas (los tradicionales pareos estampados) y fabricados por artesanos, modistas y bordadores de Nairobi. Los talleres de una compañía llamada African Heritage Design se han incrementado en más de 20 trabajadores para satisfacer su producción y el resultado es capaz de tutear a los grandes en las perchas de los templos de la modernidad (como Opening Ceremony en Nueva York o Maria Luisa, en París). Una mezcla de originalidad y autenticidad que comparte el trabajo del diseñador nigeriano Duro Olowu. Empezó vendiendo en una pequeña tienda del mercado de Portobello y, en sólo cuatro temporadas, se ha convertido en una destacada figura de la pasarela londinense. Su colección para esta temporada se aleja de los tópicos y combina las imágenes de los festivales de su infancia en Nigeria con referencias a Jean Cocteau.
- ¿Por qué? Mirar a África en busca de inspiración no es un gesto precisamente novedoso. Ya lo hizo Yves Saint Laurent en los sesenta (para algo nació allí). Se puede adivinar una mirada al origen en el sesgo primitivista de las colecciones de Prada y Christopher Kane y en el generalizado uso de estampados de felinos y reptiles. Y, cómo no, el inagotable efecto Obama también tendrá algo que ver. Aunque, esta vez, la culpa habrá que echársela a su octogenaria abuela keniana y a sus extraordinarios estilismos.
- ¿Cómo? Como ella, las mujeres de Kenia y Tanzania son capaces de conjugar pareos de distintos estampados con una elegancia y distinción que a muchas europeas se nos escapa. Para evitar desastres, lo mejor es contener la explosión cromática: Watanabe combina telas estampadas con vaqueros. Si aún eso asusta, siempre quedarán los accesorios. Por ejemplo, las gruesas pulseras, que están por todas partes e imitan con acierto el marfil o el ébano. Buenas para el bolsillo y para el planeta.
- ¿Vale la pena? Más allá de la inyección de optimismo que esta tendencia pueda suponer, lo mejor son sus beneficios colaterales. Con ella, se reivindica el valor del increíble legado tradicional africano y se ensalza el made in Africa, al tiempo que se le quita de encima un estigma. No se trata de comprar sólo porque esté bien hacerlo desde un punto de vista moral. Se trata de deseo. Y ése, desde siempre, es un motor mucho más poderoso.
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