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Columna
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El Salvador

Pertenezco al colectivo de los que se han alegrado por el triunfo de los antiguos guerrilleros del FMLN en las recientes elecciones presidenciales de El Salvador. Menos presente en el imaginario del internacionalismo vasco que la cercana Nicaragua, también el más pequeño de los países centroamericanos ha mantenido una reseñable relación con Euskadi.

A finales de los 80, la Universidad del País Vasco mantuvo un programa de cooperación con las universidades de dicha región. En noviembre de 1989 me encontraba impartiendo un curso en la Universidad de El Salvador, cuando estalló la ofensiva guerrillera más importante, hasta el punto que se llegó a pensar que podían lograr la victoria. Casualmente, el ataque del Frente Farabundo Martí me sorprendió de visita en Usulután (al este de la capital), en donde pasé una semana escuchando las balaceras, acogido en la panadería de la hermana de una profesora salvadoreña. Sin luz y sin agua, una radio a pilas nos sirvió para enterarnos del asesinato del padre Ellacuría y sus compañeros jesuitas. De El Salvador me llamaron la atención dos cosas: la laboriosidad de sus gentes (no en vano sus vecinos les denominan guanacos) y la extrema desigualdad social. Se podía decir que el país se dividía entre los que se permitían que otros les hiciesen la colada y entre quienes limpiaban la ropa ajena.

Un mes después estuve en Nicaragua, donde fui testigo privilegiado de la campaña electoral que desalojaría a los sandinistas del poder en febrero de 1990. Es decir, mientras que en El Salvador el FLMN ha conseguido por la urnas lo que no logró con las armas; en Nicaragua fueron precisamente esas mismas urnas las que, en gran medida, invalidaron la victoria militar de los seguidores de Sandino. Daniel Ortega tardó nada menos que 16 años en recobrar el poder y esta vez no fue mediante la lucha guerrillera, sino en unas elecciones.

Una prueba de que el mundo está cambiando es que los antiguos movimientos revolucionarios latinoamericanos están alcanzando importantes cotas de poder gracias a procesos electorales. Bolivia, Ecuador o Venezuela pueden servir como ejemplo. A menudo nos olvidamos de que el muchas veces vilipendiado Chávez fracasó como golpista, pero triunfó como candidato presidencial.

En el caso de El Salvador, los acuerdos de Paz de Chapultepec (1992), entre otros avances hacia la democracia, permitieron que, a cambio del abandono de la actividad armada, el FLMN pasase a convertirse en un partido político más. Diálogo, renuncia definitiva al uso de la violencia e integración de los antiguos insurgentes en la vida política fue la receta empleada en este país centroamericano para lograr la normalización social. ¿Cuanto tiempo tendrá que pasar para que una receta similar pueda ser también aplicada con éxito en Euskadi? Todo un reto para Patxi López.

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