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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pausa en Pakistán

El presidente Zardari y el opositor Sharif deben cooperar. Su confrontación conduce al abismo

El presidente paquistaní, Asif Zardari, y el líder opositor y ex primer ministro Nawaz Sharif, dos acendrados enemigos políticos y fugaces e irresponsables socios de Gobierno, acaban de rescatar in extremis a su país de un nuevo descenso al caos. Ha sido a costa del progresivo descrédito del primero, sólo seis meses después de su llegada accidental al poder, y del fortalecimiento del segundo, hasta la semana pasada en arresto domiciliario.

El punto de inflexión de la crisis, tras amenazadoras manifestaciones multitudinarias, ha sido la decisión del Gobierno de restituir en su cargo al juez del Supremo Muhamad Chaudhry, cuya causa apadrina Sharif, purgado hace dos años por el dictador Musharraf, anterior presidente, y convertido para muchos en un símbolo del imperio de la ley. Zardari prometió reponer al juez al asumir la presidencia, pero lo incumplió por temer que el magistrado anulara la amnistía por corrupción que permitió al viudo de la asesinada Benazir Bhutto llegar a la jefatura del Estado. En su marcha atrás para detener el desastre, el Gobierno también ha pedido al Supremo que revise su reciente decisión de anular la elección de Shabaz Sharif, hermano del populista jefe opositor, como primer ministro de Punjab, el Estado más poblado y políticamente influyente.

El mayor lastre de Pakistán es probablemente el flagrante oportunismo e irresponsabilidad de sus dirigentes, del signo que fueren. La fachada democrática del país musulmán no puede ocultar el clientelismo y la lealtad a clanes y apellidos que rigen su vida política, donde cualquier pretexto sirve para olvidar los intereses generales y aplicarse a los beneficios particulares. Pocas supuestas democracias tienen instituciones tan débiles y tal número de primeros ministros o presidentes procesados por corrupción como el joven Pakistán. El cuadro se agrava porque el país asiático, en una encrucijada crítica (Afganistán, India), tiene armas nucleares, unos generales todopoderosos y su estabilidad radicalmente comprometida por una alarmante presencia del fundamentalismo islamista en todas sus manifestaciones, especialmente la terrorista.

Hay que celebrar el gesto de sentido común que ha propiciado, al borde del abismo, el armisticio entre el presidente Zardari y el opositor Sharif. Pero, en el contexto apuntado, es de temer que no sea más que una pausa en la erupción del volcán paquistaní.

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