Puig Antich disparó
Jean-Marc Rouillan, compañero de armas del joven anarquista, revela en sus memorias que éste disparó a los policías que le detuvieron
Salvador Puig Antich, el joven anarquista catalán al que sus compañeros de armas apodaban El Metge, divisó a su contacto en el lugar de la cita, en Consell de Cent [Ensanche barcelo-nés]. "Está ahí", gritó y se bajó enseguida del vehículo sin tomar las precauciones habituales en aquella tarde del otoño de 1973. "Dad una vuelta, compro cigarrillos, me reúno con El Pequeño", espetó al conductor, Jean-Claude Torres, y al copiloto, Jean-Marc Rouillan, que permanecieron en el coche. "Después nos recogéis en un pispás", añadió. Nunca más le volvieron a ver.
"A mi izquierda, cuatro hombres irrumpen entonces de una amplia cochera", prosigue Rouillan el relato de aquella tarde trágica. "Corren hacia el bar sin prestarme atención. El último hace un gesto que dispara mis temores: coloca su mano derecha en su costado, como cuando hay que salir corriendo sujetando un arma. Desenfundo enseguida mi revólver y me coloco en la alineación de los árboles (...). En medio del bosque de piernas distingo un cuerpo en el suelo. Mi instinto me dice que no es el de El Metge". Es el de un policía.
La Asamblea de Cataluña (oposición antifranquista) pidió a la izquierda radical una ayuda de 50 millones de pesetas
A Salvador Puig Antich, de 25 años, sus dos compañeros de armas, los franceses Rouillan y Torres, que le condujeron en un Simca destartalado hasta el bar Funicular, nunca le recogieron en su vehículo ese 25 de septiembre de 1973. El Metge y otro miembro del extinto Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), Xavier Garriga, fueron detenidos ese día por la Brigada Político Social (BPS).
Puig Antich recibió dos balazos, en la mandíbula y en el hombro, durante un tiroteo en el que murió un joven policía de 23 años, Francisco Anguas, de la BPS, cuyo cuerpo tendido Rouillan entrevió. Un tribunal militar consideró al anarquista culpable de la muerte del agente y le condenó a muerte. Fue ejecutado a garrote vil el 2 de marzo de 1974. El Metge, un apodo que se ganó en la mili porque administraba el botiquín, fue el último ajusticiado en España con este sistema medieval que provoca la asfixia del reo apretando su cuello una anilla de metal. La muerte tardó 18 minutos en sobrevenirle.
Treinta y seis años después de la emboscada del bar Funicular, Jean-Marc Rouillan, que junto con Torres logró escapar de la policía tras una espectacular persecución, da su versión de la detención de su amigo, con el que compartió piso, atracó bancos y planeó atentados en la Barcelona de finales del franquismo. Rouillan acaba de publicar en Francia el segundo tomo de sus memorias, El duelo de la inocencia: un día de septiembre de 1973 en Barcelona (Editorial Agone, Marsella).
Rouillan, que entonces tenía 21 años y era militante del MIL, huyó a Toulouse, mientras en España era condenado a muerte en ausencia. Aún tenía por delante en Francia una larga carrera como "revolucionario". Fue cofundador del grupo terrorista Acción Directa y participó en los asesinatos de Georges Besse, presidente de Renault, y del general René Audran. Su fama suscita aún vocaciones. Hace tan sólo 10 días, los autores de un bombazo en Providencia (Chile) lo reivindicaron en nombre de Rouillan.
Condenado en 1989 a cadena perpetua, disfrutó de un régimen de semilibertad a partir de 2007, pero una respuesta ambigua, en una entrevista con L'Express, dio pie al semanario a afirmar que no se arrepentía de su pasado. El juez de vigilancia penitenciaria suspendió entonces su permiso para trabajar en una editorial de Marsella. Hace dos semanas que está ingresado en el Hôpital Nord. El Nuevo Partido Anticapitalista (extrema izquierda francesa) exige su liberación.
El segundo volumen de las memorias de Rouillan es un apasionante viaje por la Cataluña de los estertores del franquismo que se lee como una novela negra en la que los buenos son los ladrones -el autor narra emocionado el aplauso de decenas de obreros tras atracar una sucursal de Banesto- y los malos son policías.
Contiene además algunas revelaciones como los contactos que Puig Antich mantuvo, como representante del MIL, con la Asamblea de Cataluña, que reagrupaba a casi toda la oposición antifranquista, desde los democristianos hasta los comunistas del PSUC pasando por nacionalistas como Jordi Pujol. "Sus emisarios pidieron que les financiásemos con 50 millones de pesetas", asegura Rouillan, a sabiendas -sostiene Rouillan- de que el MIL sólo podía conseguir tal cantidad mediante atracos. Se negó.
En su último capítulo, el autor del libro denuncia una Transición española en la que "ningún torturador, ningún asesino, ningún responsable de los tiempos de la dictadura tuvo motivo alguno de preocupación y, por supuesto, no ha sido juzgado".
"En este ambiente de gran renuncia", Rouillan afirma "poder comprender" la iniciativa de Imma, Montse, Carme y Merçona, las hermanas de Salvador, que durante años se esforzaron por obtener la revisión del juicio de su hermano alegando, entre otras cosas, que no era el autor de los disparos que causaron la muerte del policía.
"Dispararé, y si no consigo abatirles acabarán conmigo", recuerda Rouillan haberle escuchado decir a El Metge cuando evocaban el día en que la policía les diese al alto. "No nos íbamos a dejar detener sin resistirnos con nuestras armas", afirma el fundador de Acción Directa. "No era una consigna de la organización, sino la opción de cada uno de nosotros". "Él no era inocente". "Ninguno de nosotros lo era". "Habíamos elegido combatir a la dictadura con las armas".
Pero este chaval con un aire al actor francés Jean-Paul Belmondo, como lo describió Rouillan tras su primer encuentro, preveía que la dictadura acabaría pronto. "Franco ha preparado su sucesión. El joven Príncipe, educado con paciencia, ocupará su lugar. Todo está listo para los primeros pasos de la Monarquía constitucional y la entrada en el Mercado Común Europeo (...)", repetía.
"Y todos y todas olvidarán lo contentos que estuvieron con la dictadura. Todos aquellos que nos darán lecciones baratas de democracia apenas habrán movido un dedo cuando el fascismo imperaba". Tras pronunciar esta frase, El Metge bajó el cristal trasero del automóvil y escupió al suelo.
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