Doblemente trágico
Parece como si el destino de las víctimas del 11-M hubiera de consistir en ser doblemente trágico: no sólo vieron sus vidas segadas por el odio irracional y despreciable de unos fanáticos, sino que, desde el principio, apenas si han obtenido la consideración de moneda de cambio en las trifulcas de una clase política que en ningún momento ha sabido estar a la altura política y moral que exigían las circunstancias.
El 11-M fue, sin paliativos, una tragedia nacional y su recuerdo debería servir no sólo para honrar la memoria de los inocentes asesinados por la barbarie terrorista, sino para reafirmar en la conciencia colectiva los valores de la democracia frente a cualquier forma de totalitarismo. Por muy profundas que sean las discrepancias que separen a los socialistas de la Comunidad de Madrid de su señora presidenta, éstas deberían resultar irrelevantes frente al homenaje en honor de los ausentes. Su deber, como representantes del pueblo, era estar presentes en un acto en el que se recordaba a las víctimas de un ataque cuyo destinatario era todo el pueblo. Ello hubiera honrado a los que perdieron la vida aquel día fatídico al tiempo que hubiera engrandecido a los políticos asistentes.
Contemplado todo esto desde Estados Unidos, un país que ha convertido el 11-S en motivo de cohesión nacional y afirmación democrática, la talla política de nuestra clase dirigente aparece en verdad muy pequeña, vergonzosamente pequeña.
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