Calidez para atravesar tiempos de pesadumbre
Para París, la mujer ya no es una adolescente desbocada
¿Color para el invierno del descontento? Es el sorprendente quiebro que, a mitad del camino, ha tomado la semana de la moda de París. En manos de una Stella McCartney en baja forma la idea se queda en insulsa (¿quién está para salir en octubre con un camisón de encaje esmeralda?) y resulta incomprensible en las de un Hussein Chalayan desorientado (la geografía del cuerpo y del espacio se yuxtaponen en vestidos estampados con mapas de nalgas moldeadas en flúor). Pero se engrandece en las de Dries van Noten.
Inspirado por los tonos de las pinturas de Francis Bacon, el diseñador belga combinó con audacia y delicadeza acordes luminosos, pero nunca histéricos. Una chaqueta rosa caía sobre un top caldera y unos pantalones caramelo mientras su reflejo se alejaba de un estrecho espejo de dos pisos de alto. La puesta en escena enfatizaba la melancolía implícita en una propuesta radicalmente simple. Lo exquisito del trabajo de Van Noten estaba en la forma en que dibujó un paisaje cálido sobre el terreno yermo que le proporcionaban prendas cómodas y sencillas. De hecho, el desfile se abrió y cerró con un símbolo del vestir pragmático: abrigos-bata en camel.
La oficina se recupera como material sensible para el diseño
Mucho más previsible fue el uso del color en el tercer asalto de Esteban Cortázar a un hueso duro de roer: la casa Emanuel Ungaro. El colombiano de 25 años se sumó al batallón de rescate de los años ochenta con minivestidos que, aunque intrascendentes, conectan con el carácter vitalista de la firma en sus mejores tiempos. Por nocturna, su propuesta pasó de largo del debate más relevante que arroja la marea de referencias ochenteras: la recuperación de la oficina como material sensible para el diseño de moda. Ahora que trabajar ya no es una lata sino casi un privilegio, se impone pensar en cómo vestir a la mujer en esta nueva era. La idea de que el poder femenino se mida por el tamaño de sus hombreras es una tontería, pero al menos significa que los diseñadores contemplan la posibilidad de que sus clientas tengan necesidades reales. Y aspiraciones un poco más sustanciales que tener el aspecto de una adolescente desbocada.
Todo ello conlleva cuestionar, una vez más, los códigos de lo masculino y lo femenino. Es un material conocido para Stella McCartney al que volvió con la colección presentada ayer. La mezcla de encajes con sastrería ilustra sus juegos de géneros, pero sólo en algunos abrigos (con solapas agigantadas o simulando un traje chaqueta) la propuesta tomó altura. Por desgracia para ella, ésta es una temporada de abrigos fabulosos. Cuesta decir que una colección que incluye faldas de anguila y pelo de caballo está hecha para una mujer que trabaja (como no sea en un circo), pero, a su manera, es lo que hizo Riccardo Tisci en Givenchy. En cuatro años, el italiano ha demostrado su maestría para la fantasía y el erotismo y el domingo por la tarde aplicó su talento a cuestiones más prácticas.
Entre sus 45 modelos había curvas y años (desde Adriana Lima hasta Brandi Quiñones), lo que evidenció la versatilidad de sus originales pantalones, con muslos cubiertos por ondulantes inserciones. Hay que admitir que la sobrecarga de ideas condujo a veces en demasiadas direcciones (vestidos de encaje crudo con hombreras azules seguidos de un mono cubierto de tachuelas, por ejemplo) y que las referencias a Helmut Lang eran un tanto burdas. Pero los trajes y abrigos en lana azul marino eran ropa moderna al servicio de la inteligencia.
También es verdad que no a todo el mundo le favorece la austeridad. Giambattista Valli, el diseñador favorito de la nueva jet, no se movió con comodidad en el monacal registro que ayer se impuso. Las faldas largas resultaban demasiado pesadas y rígidas y costaba encontrar la lógica de pantalones pesqueros extra anchos y mullidos. Mucho más, de los aparatosos abrigos y vestidos de pavo real (justo lo que cualquiera quiere parecer hoy) y sólo en una serie de largos vestidos drapeados exhibió Valli la ligereza de su costura.
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