_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Palabra de honor

En la primera secuencia, y en primer plano, aparece el enjuto presidente del Gobierno de Schleswig-Holstein -estado federal o autonomía- en una rueda de prensa y afirma solemnemente: "Quiero hacer una declaración jurada a los ciudadanos y ciudadanas de Schleswig-Holstein, y a la opinión pública alemana en general. Doy mi palabra de honor, repito, mi palabra de honor, de que los hechos reprochables que se me atribuyen carecen de consistencia". Es decir, juraba que sus actuaciones de dudoso carácter ético en un político, que había sacado a la luz el prestigioso semanario Der Spiegel, eran infundadas, insostenibles y gratuitas. Era el 18 de septiembre de 1987.

Secuencia final. El 11 de octubre, tres semanas más tarde, el presidente de Schleswig-Holstein, Uwe Barschel, de 43 años de edad, miembro desde su juventud del partido de la derecha alemana, la Unión Cristiano-demócrata, apareció muerto en el cuarto de baño de un hotel de Ginebra. Nunca quedaron claras las circunstancias de su muerte, asesinato o, la teoría más probable, suicidio. Se habló de conspiración e intervención de los servicios secretos de Israel, el temido Mossad, a causa de un escabroso asunto de tráfico de armas a Israel e Irán al que se oponía Barschel; relacionado con el mismo tema se aludió a la CIA y a la venta de armas a Suráfrica. Esas teorías quedaron en nada en manos de jueces y fiscales. Claras quedaron las cajas con un y mil medicamentos que encontraron junto a Barschel. Y más claro todavía quedó el escándalo político que había destapado Der Spiegel mediante el chivatazo de una especie de Bigotes nórdico, relacionado con los medios de comunicación, pertenecientes al imperio amarillista de Axel Springer. El escándalo no era otro que el hecho de que Barschel había promovido una calumniosa campaña de difamación contra su oponente político en el land, Björn Engholm: corrupción con fines electorales. Juramentos y palabras de honor quedaron en la nada, en la pérdida lastimosa de una vida humana, en la desaparición de un hombre de derechas con una brillante carrera política a sus espaldas.

Secuencias retrospectivas de la película. Barschel fue un chaval estudioso interesado por la política y excesivamente de derechas. Durante su bachillerato, como representante escolar, invitó a su colegio a Karl Dönitz, un militar títere, nombrado por Hitler sucesor suyo y condenado a diez años en Nuremberg, que pasó en Spandau. Primer escándalo político. En sus años mozos fue jurista experto y conocedor en profundidad de la política y la Administración de los estados federales alemanes. Fue varias veces ministro -o consejero autonómico, diríamos aquí- en su Estado, fronterizo con Dinamarca. Durante un año dirigió las reuniones de los ministros del Interior de los Estados federados, y durante otro presidió la conferencia de los presidentes de Gobierno de dichos Estados. Toda una carrera política en el CDU de centro derecha, hasta que, destapada la intriga de la campaña de difamación contra su oponente político, su mismo partido le presionó para que abandonase la partida. Y hay, más allá de los Pirineos, otros guiones de otras películas más recientes. Como la protagonizada por Jürgen Möllemann, que siendo ministro federal de Economía tuvo que dimitir por recomendar, en una carta con membrete oficial del ministerio, la venta a los supermercados de un determinado producto fabricado por su cuñado: las moneditas de plástico para controlar los carritos de la compra. Pero esos escándalos y corrupciones cercanos en el tiempo y el espacio, están a distancia sideral de nuestros sucesos, enredos y corrupciones. Aquí, si a lo peor se atisba el hedor, nos sorprendemos con medievales juicios de Dios: Carlos Fabra pone la mano en el fuego y el alcalde de Xàtiva apela a concentraciones masivas de adhesiones inquebrantables que huelen a alcanfor preconstitucional.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_