Que no
Yo tengo un amigo -caribeño, dominicano por más señas-, que recomienda negarlo todo siempre, por principio, en ciertas crisis de pareja. Aunque mi mujer me pille con la vecina en nuestra propia cama, yo le digo que no. Y si me dice, te he visto, yo le digo, no me has visto, y si dice, pero si yo estaba allí, le digo, no, no estabas allí, y que no, que no y que no. Siempre hay que negarlo todo, concluye, porque, además, tu pareja al final te lo agradece.
Los dirigentes del PP han aplicado esta pintoresca receta de armonía conyugal durante las últimas semanas, mientras la opinión pública les pillaba cada día en un desliz a veces modesto, como los trajes de Camps, otras más suculento, como los mil millones que Correa llevaba de aquí para allá. En todo caso, se han limitado a decir que no, que no y que no, de todas las formas posibles. El escueto "no me consta" de Rajoy, la expresión amenazante con la que Sáenz de Santamaría exhibía la querella contra Garzón, y la penosa hipótesis de Aguirre acerca de que la pareja de Brad Pitt sucumbiera a los encantos del muñeco de Famosa que es su consejero de Sanidad, han sido sólo algunas variantes de una estrategia destinada a tratar al electorado igual que a una pareja engañada. Y, como los cónyuges infieles, siempre con los dedos cruzados en la espalda.
Pues bien, el recurso que ha permitido a mi amigo consolidar un matrimonio feliz ha dado también excelentes resultados en esta campaña. Podría concluirse que a los electores les trae sin cuidado la corrupción, o que la consideran inherente al mecanismo de los propios partidos, ya que nadie puede tirar la primera piedra, pero en estas elecciones hemos aprendido algo más. Todos, que no vale la pena gastar dinero público en encargar encuestas. Y yo, que si en otra vida soy columnista, tendré mucho cuidado en no escribir los lunes.
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