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Reportaje:Elecciones 1-M

Ibarretxe: el salvador y el problema

El candidato capitaliza la victoria del PNV, pero lastra su capacidad de maniobra

La fijación soberanista de Ibarretxe llevó al PNV al riesgo cierto de sufrir su segunda derrota unas elecciones autonómicas y ha sido Ibarretxe el que le ha conducido a una nueva victoria in extremis, que quizá no sea suficiente para lograr el objetivo de mantener el poder ostenta desde hace tres décadas. Esta doble circunstancia revela hasta qué punto se ha hecho el PNV dependiente de su candidato, convertido en su mayor fuerza y, al mismo tiempo, en su mayor debilidad.

Ibarretxe ha jugado su última partida política con la entrega y la convicción que forman ya parte del retrato del personaje, aunque para conservar las posibilidades de ganar haya tenido que dejar en retaguardia las banderas que ha ondeado en los últimos diez años. Despúes de una década dedicado a la causa de la soberanía -"Euskadi no es una parte subordinada de España", constituye una de sus frases características-, durante la campaña el candidato peneuvista ha intentado reconstruir su perfil inicial, aquel por el que fue cooptado en 1997 como sucesor del lehendakari Ardanza y que abandonó con los ardores de Lizarra: el de gestor.

¿Puede cambiar de registro político tras haber cambiado de discurso en campaña?
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El político de Llodio ha demostrado que su proverbial obstinación no está reñida con el instinto de supervivencia, sino que sabe poner la primera al servicio de la segunda. Desde el pasado mes de octubre ha cubierto con una manta sus empeños anteriores en sacar adelante, primero, el Nuevo Estatuto Político y, después, la consulta, y se ha dedicado a proclamar que Euskadi está mejor que el resto de España en todos los campos, gracias al trabajo de su Gobierno en las diversas áreas de la gestión. El objetivo no era otro que presentarse como el candidato más solvente para afrontar los desafíos de la crisis económica, dejando en un muy tercer plano la reivindicación del derecho de decidir. Si lo invocó en la campaña fue en su orientación más desideologizada, para hacer ver la importancia de que las decisiones para salir del atasco económico se adopten en el País Vasco, "no en Madrid".

La crisis y el miedo a perder le han dado la oportunidad para reformular su mensaje y volver a sobreponerse, como sucedió en las circunstancias no comparables de 2001. Y el tesón y la disciplina que ha puesto el nuevo Ibarretxe en su nuevo discurso le ha hecho ganar el respeto de una parte de la dirección de su partido, que en el verano se puso de nuevo en sus manos no por convicción, sino porque no tenía otra alternativa disponible mejor para conjurar el riesgo que percibió de verse desplazado del Gobierno vasco.

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La holgada victoria capitalizando al máximo el voto nacionalista no neutraliza, sin embargo, la posibilidad de que se produzca el cambio de gobierno. No sólo porque la suma de votos del PSE, PP y UPyD dé la mayoría absoluta en el Parlamento, sino porque los socios de los gabinetes de Ibarretxe se han hundido con estrépito, imposibilitando la fórmula tripartita que el lehendakari definiera como "cauce central" de la política vasca.

En esta coyuntura, la personalidad y la trayectoria política de Ibarretxe se presentan como los principales obstáculos para el intento del PNV de hacer valer su mayoría en las urnas. La llegada de la crisis y los aprietos electorales han logrado lo que la dirección del PNV no consiguió con Josu Jon Imaz y los primeros meses del mandato de Iñigo Urkullu: que el lehendakari dejase de lado un empeño que no tenía viabilidad jurídica ni era sentido como prioritario por la mayoría de la sociedad vasca. Pero va a resultar mucho más difícil que la reconstrucción del discurso político de Ibarretxe se traduzca en una mayoría de gobierno consistente.

La persistencia en su apuesta soberanista y la distancia que ha puesto durante los últimos diez años con las fuerzas no nacionalistas debilitan la posición de Ibarretxe a la hora de buscar nuevos apoyos para gobernar, pese a haber aumentado su suelo de escaños. Está por vez si la capacidad mostrada por el candidato para adoptar a última el discurso más conveniente para los intereses de su partido se traducirá en la capacidad para cambiar de registro político y abrir en Euskadi la nueva etapa a la que se refirió ayer mismo el presidente del PNV.

La tenacidad, más que la flexibilidad, es la virtud más característica de Ibarretxe. Pero si algo demanda la situación creada por las urnas es capacidad de diálogo y de forjar alianzas entre diferentes, una faceta que el candidato nacionalista no ha cultivado y quizá no esté en condiciones de desarrollar. El largo mes de consultas que se abre ahora va a permitir calibrar si cabe esa otra reconversión más profunda a la hora de buscar una fórmula de gobierno alternativa a la que ha quedado liquidada en estas elecciones.

En el caso de que el socialista Patxi López lleve hasta el final su disposición que proclamó ayer a optar a la investidura, el PNV puede verse ante un dilema muy doloroso. Aferrarse al candidato con el que ha revalidado la mayoría relativa, o exponerse a ser desplazado del Gobierno. En ese caso, el salvador Ibarretxe volvería a aparecer como un obstáculo para su partido, situándole ante una disyuntiva envenenada.

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