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Columna
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Modelo para armar

El analista norteamericano Francis Fukuyama publicó a principios de los años noventa un artículo, El fin de la historia, que causó gran revuelo. Su tesis era que la derrota y autofumigación del comunismo marcaba el fin de una época, al tiempo que proclamaba único representante del imaginario ideológico mundial al liberal capitalismo. Fueron legión los que replicaron que la historia continuaba, y así surgieron títulos iracundos del estilo de La venganza de la historia. Pero Fukuyama no quería decir que los conflictos fueran a desaparecer, sino que la disputa ideológica había tocado a su fin por incomparecencia o defunción de la otra parte. En los últimos años, sin embargo, una serie de protomodelos de organización política han cobrado fuerza, hasta el punto de convertirse en el siglo XXI en posibles competidores de la democracia de tipo occidental.

Han cobrado fuerza una serie de propuestas como competidoras de la democracia occidental

Las principales experiencias en curso pueden agruparse en dos grandes familias: propuestas de sustitución y de vaciamiento. En el primer bloque estarían China y Bolivia; y en el segundo, Venezuela, Irán y Marruecos, entre otros aspirantes a la conquista indolora del electorado.

En lo que atañe al primer grupo -sustitución-, el régimen de Pekín está procediendo a un parsimonioso reconocimiento de las virtudes del sufragio, aunque sólo en los modestos niveles (Lo que piensa China, de Mark Leonard, Icària / Política Exterior) de aldea y comuna sobre la base de candidaturas no partidistas, que convive con un sistema de cooptación en los verdaderos círculos del poder, el partido comunista, que no es imposible que llegue a establecer un día la votación individual en el interior de la nomenclatura. No es Occidente, pero tampoco la penúltima dictadura militar afro o latinoamericana. Más nítido aún es el caso de la instauración de una sociabilidad política precolombina en Bolivia, con lo que se adivina como inestable coexistencia entre una legalidad de tipo occidental y extensos islotes, o más bien, mares interiores, de autogobierno indígena, teóricamente independientes entre sí.

En el segundo -vaciamiento- Venezuela, Irán y Marruecos no sustituyen del todo el sistema clásico occidental, sino que eliminan pasos esenciales del proceso para asegurar la permanencia indefinida de un determinado tipo de Gobierno. En Venezuela, el mecano no está aún completamente instalado, y no sabemos si llegará a fructificar en ese invento perfecto de democracia formal sin alternativa real; en Irán, el vaciamiento consiste en achicar el campo de juego político dentro de las fronteras de lo islámico, refrendado todo ello por una serie de organismos a manera de tribunales constitucionales de base religiosa, que velan por la intangibilidad de esos límites; y Marruecos, que es de estos protomodelos el que con mayor franqueza le corta una extremidad al constructo occidental para practicar el vaciamiento: los llamados ministerios de soberanía -Defensa, Interior, Exteriores- se declaran fuera de la arena política para quedar bajo la prerrogativa del soberano, con lo que la Constitución niega su propia esencialidad política.

De todos esos proyectos lo que importa es su capacidad de impregnación internacional. El modelo boliviano, el más des-occidentalizador, presenta un obvio interés para la América andina, sobre todo Ecuador y Perú, marginalmente Chile, y, fuera del área, quizá, Paraguay, países donde la población indígena es muy numerosa. Pero el caso venezolano puede poseer una irradiación aún mayor. Aunque América Latina se adscriba formalmente a la democracia occidental, ésta suele ser de bajo octanaje y las pulsiones que liquidan el no-reeleccionismo histórico son síntoma de un sentimiento, en alguna medida caudillista, que en tiempos de crisis económica puede fácilmente exacerbarse. El socialismo del siglo XXI, cualquiera que sea su receta final, será un sistema de fuerza, atractivo para países en construcción. Irán y Marruecos pueden resultar modelos para el mundo islámico, el primero, ligado a la ascensión del chiismo en el Golfo, donde hay sustanciales poblaciones de esta versión del islam, e Irak, donde tiene ya bastante más que una cabeza de puente, y el segundo como ensayo de democracia limitada para el islam suní.

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Pero el más significativo es el proceso de China, aplicable a la mayor parte del Tercer Mundo, donde dista mucho de estar consolidado el sistema liberal. Los países sucesores de la URSS viven bajo formas diversas de régimen autoritario, desde el capitalismo del siglo XXI de la propia Rusia hasta las dictaduras apenas maquilladas de Asia central; África practica, con excepciones, sólo una caricatura de sistema democrático; y Latinoamérica tiene sus propias autoctonías en busca de nueva configuración política. La historia no se venga, pero continúa.

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