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La nueva Casa Blanca

"Japón es la piedra angular de la seguridad en Asia"

La Casa Blanca concede la primera visita al jefe del Gobierno nipón

En su primera entrevista con un dirigente extranjero en la Casa Blanca, el presidente estadounidense, Barack Obama, confirmó ayer ante el primer ministro japonés, Taro Aso, que el país asiático es uno de sus principales aliados estratégicos en dos asuntos críticos para la estabilidad de EE UU: la lucha contra el terrorismo internacional y la crisis económica. El encuentro fue también una oportunidad de ratificar la prioridad que Asia representa para la política exterior estadounidense.

"Nuestra alianza es la piedra angular de la seguridad en el este de Asia. Se trata de algo que mi Administración quiere reforzar", dijo Obama en una comparecencia conjunta previa a la reunión con Taro Aso, que transcurrió a puerta cerrada y con la presencia de Hillary Clinton. La secretaria de Estado acaba de regresar de un viaje a Asia, en el que precisamente hizo su primera parada en Japón.

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Aso ofreció a EE UU el compromiso de Japón para tratar de resolver la crisis económica mundial. "Creo que somos las únicas dos naciones que pueden ofrecer lo suficiente como para solucionar problemas tan críticos y vitales para el mundo", dijo. De hecho, la reunión de ayer era la de los dirigentes de los dos países con las mayores economías del mundo.

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Japón es, después de China, el segundo mayor propietario de bonos del Tesoro de EE UU. En total, posee 577.000 millones de dólares (452.000 millones de euros), lo que supone más de un 5,77% de la deuda externa estadounidense. En su reciente visita, Clinton pidió a los países asiáticos que sigan comprando bonos del Tesoro estadounidense con los que poder financiar el plan de estímulo económico de Obama. "O nos levantamos juntos o caeremos juntos", dijo la secretaria de Estado en China.

Japón entró oficialmente en recesión el pasado mes de noviembre. Los economistas le auguran a su economía una reducción del 4% en 2009, casi el doble de las que sufrirán tanto Europa como EE UU. En este crítico momento, Aso ha acudido a Washington como un líder herido de muerte. Su popularidad entre los votantes japoneses no llega ni al 10%. Los medios locales dan por segura su dimisión y sólo dudan de cuándo tendrá lugar.

Recientemente, su hombre fuerte en el Gobierno, el ministro de Economía, Soichi Nakagawa, tuvo que dimitir por aparecer en una rueda de prensa del G-7 en Roma con síntomas de estar ebrio. Él lo achacó a los efectos secundarios de un medicamento para el catarro.

Obama dio ayer a Aso garantías de que su relación especial seguirá intacta, después de un segundo mandato de George Bush en el que Japón fue el gran olvidado de la política exterior estadounidense. Tokio ha visto con recelo cómo, en la última década, se han fortalecido los lazos entre China y EE UU. Los japoneses temían, además, que con los demócratas volviera a tener lugar un desplante como el de Bill Clinton, que en 1998 visitó China durante nueve días sin poner un pie en Japón.

Pero Obama quiso confirmar ayer a Tokio como un fuerte aliado de Washington. Y no sólo en el campo económico. El presidente debatió también con Aso la situación de la guerra en Afganistán, un frente para el que ha aprobado el envío de unos 17.000 soldados más. Es poco probable que el presidente de EE UU le pidiera a su homólogo el envío de tropas, ya que la Constitución japonesa prohíbe la toma de partido en ningún conflicto armado. Sin embargo, el antecesor de Aso, Junichiro Koizumi, se atrevió a desafiar estos límites al enviar en 2004 a unos 600 soldados de reserva a Irak, siempre en misión de paz y a zonas libres de combate.

Uno de los asuntos que preocupan tanto a Japón como a EE UU es el de la dictadura de Corea del Norte, a la que Washington eliminó de su lista de Gobiernos que promueven el terrorismo el pasado otoño, ante las promesas recibidas de que desarmaría totalmente sus instalaciones nucleares.

Japón, un país en el que todavía duelen las heridas provocadas por el secuestro de numerosos ciudadanos suyos por parte de comandos norcoreanos en los años setenta y ochenta, protestó entonces, al considerar que Pyongyang no había dado garantías suficientes de que este desarme nuclear iba a tener lugar.

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