Factores y valores
Quienes se lamentaban estos días de la falta de tensión de la campaña lo hacían mientras cruzaban mentalmente los dedos. Trataban de conjurar así que el deseo de que hubiera un poco más de combatividad entre los contendientes no atrajera a ese huésped importuno que trata de mediatizar desde hace décadas todas las elecciones habidas en nuestro país. Fiel a la cita, el tensador por antonomasia se hizo presente ayer de madrugada en Lazkao, destrozando con ocho kilos de explosivo la sede del PSE de la localidad y algunas viviendas vecinas. Si se tiene en cuenta que en la fecha coincidían los 25 años del asesinato del senador Enrique Casas, a tres días de las elecciones autonómicas de 1984, y que dentro de doce se cumplirá el aniversario del ex concejal socialista de Mondragón Isaac Carrasco, casi hay que agradecer que la contribución de ETA para elevar el tono de la campaña se haya limitado a una mochila bomba y a los desmanes del fin de semana de carnaval.
La violencia de ETA es cruel y brutal, pero no ciega. Siempre persigue un objetivo. También cuando elige un blanco u otro y gradúa la intensidad de sus crímenes. Si alguna interpretación cabe extraer del bombazo de ayer es que ha querido conciliar su aparición en la cita electoral con un tipo de atentado que no remueva las contradicciones del mundo de Batasuna ni le coloque abiertamente a la defensiva. Ahora parece tocar la explotación del victimismo por las listas ilegalizadas para capitalizar al máximo el voto nulo y simular fortaleza pese a la expulsión del Parlamento.
Mientras, bastantes personas, como el alcalde peneuvista de Lazkao, Patxi Albisu, siguen enredados en la confusión, invirtiendo tanto el orden de los factores como el de los valores. Afirmar a las pocas horas del ataque a sede del PSE que el terrorismo daña sobre todo "al mundo nacionalista" va más allá de la simpleza convertida en rogativa. También es de preocupar que el alcalde se sienta obligado adelantar su desacuerdo con la ley de Partidos para poder condenar con más contundencia el atentado. Como si hubiera que cuestionar la pena de muerte para horrorizarse con los crímenes del Vampiro de Dusseldorf.
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